E L emblema de Navarra nació en un momento crítico, cuando al morir el último vástago de la dinastía pirenaica accedió al trono Teobaldo I de Champaña, gobernante "de extraña tierra y extraño lenguaje". Casi cien años después, en 1328, otra crisis dinástica, la de los llamados "reyes malditos", afectó al reino navarro, entonces gobernado desde París. Una leyenda relacionó el final del linaje de Hugo Capeto con la maldición que habría pronunciado Jacques de Molay, el último Gran Maestre de la Orden del Temple, mientras ardía en la hoguera.
Durante trescientos años, los Capeto establecidos en el trono de Francia habían tenido hijos varones que heredaron y transmitieron el derecho a la corona. Así hasta Felipe IV el Hermoso, el destructor de los templarios, que había casado con Juana I de Navarra. Tras su muerte, sus hijos Luis el Hutín, Felipe el Largo y Carlos el Calvo fueron sucesivamente reyes de Francia y de Navarra, sin que ninguno dejara descendencia masculina (Juan el Póstumo, hijo del Hutín, apenas vivió unos días). En 1328 París y Pamplona se encontraron con el problema de que la línea capeta por varonía había llegado a su fin. Pero existía una diferencia fundamental, ya que en Navarra el derecho a gobernar recaía en la hija de Luis el Hutín, Juana, casada con Felipe de Évreux. De este modo, la crisis se resolvió con un acuerdo entre primos: Felipe VI de Valois ostentaría la corona de Francia y Juana II y Felipe de Évreux la navarra.
Los preparativos para recibir, por fin, a los soberanos se aceleraron en Pamplona. Los canónigos modificaron el proyecto del monumental refectorio catedralicio que estaban construyendo para convertirlo en digno escenario de banquetes de coronación. En las claves de bóveda colocaron un escudo con las armas del rey de Navarra y otro con las del conde de Évreux. Pero Juana II y Felipe reunían en su persona ambos títulos, por lo que hubo que crear una nueva combinación heráldica que expresara dicha unión, esta vez basada en el cuartelado.
Era el cuartelado una manera de combinar armerías difundida en toda Europa a partir del prestigioso escudo de los reyes de Castilla y León. La solución resultaba excelente para unir dos emblemas sin que a la vista uno quedase totalmente subordinado al otro. En efecto, cuando los escudos se partían, una mitad predominaba sobre la otra. Sin embargo, el cuartelado hacía posible dar a unas armas los cuarteles primero y cuarto, quedando para las otras el segundo y el tercero. De este modo, la preponderancia del primer cuartel sobre el segundo se compensaba con la preferencia del tercero sobre el cuarto. Navarra y Évreux se combinaron de este modo: los cuarteles primero y cuarto quedaron para el carbunclo navarro, mientras las flores de lis doradas en campo azul con banda componada de plata y gules (Évreux) ocupaban el segundo y el tercero. Un pintor excepcional, Juan Oliver, nos dejó en 1335 una de las primeras muestras monumentales de la nueva combinación, en el merecidamente famoso mural de la Crucifixión del refectorio de la catedral, que hoy podemos admirar en el Museo de Navarra.
El reino de Navarra simbolizado en el refectorio de la catedral de Pamplona
Hasta este momento hemos hablado de los signos y los emblemas de los reyes, que compartieron modos de presentación y usos habituales entre los soberanos europeos de la época. Veamos ahora brevemente una singularidad navarra en el campo de la simbología medieval: el conjunto de claves de bóveda del refectorio de la catedral de Pamplona. Dichas claves, esculpidas y policromadas muy posiblemente en 1328 o 1329, representan mediante escudos de armas y señales la realidad política del reino. La formaban los principales linajes de la nobleza y las "buenas villas".
El impresionante despliegue heráldico ofrece una colorista lección visual del ser de Navarra en los años en que accedió al trono la nueva dinastía. El lugar era idóneo, puesto que el comedor canonical serviría como sala de banquetes de la coronación (quizá ya había sido utilizado con este fin el antiguo refectorio románico) y eventualmente cabría celebrar allí otros actos como reuniones de cortes. Hay en el programa figurativo del refectorio otros guiños a la monarquía: la elección de la Entrada de Cristo aclamado como rey en Jerusalén para decorar la puerta, la clave con el tema de la Coronación de la Virgen María y la presencia de un rey coronado con espada enhiesta en una ménsula inmediata a la cabecera. Para dar cabida a todos los emblemas fue necesario multiplicar el número de claves en los arcos de las bóvedas. Reservaron para los "ricos hombres" las diez de los perpiaños y para otros nobles de menor rango algunas secundarias en los arcos diagonales centrales. Las señales de las buenas villas del reino aparecen en los arcos diagonales de los tramos septentrionales.
Larga vida al cuartelado Navarra-Évreux
El cuartelado estaba llamado a perdurar más allá de la posesión del condado de Évreux por los reyes navarros, incluso más allá de la continuidad de la dinastía que lo había originado. Gracias a los viajes de Carlos III, fue conocido en toda Europa. Tras la muerte del rey Noble, sería combinado con las armas de Aragón y Sicilia en el escudo de Juan II (1425-1479), el ambicioso esposo de doña Blanca y padre del Príncipe de Viana. Y poco después con las de Foix, Bearne, Bigorra, Aragón, Castilla y León en el complejo blasón de Francisco Febo (1479-1483).
El cuartelado preside algunas de las más valiosas creaciones artísticas de los siglos XIV y XV, desde las claves de las naves de la catedral iruñesa o las ventanas del palacio de Olite, hasta el relicario de San Saturnino en su parroquia de Pamplona. Y no siempre en obras financiadas por los monarcas. La humilde iglesia de Olloqui, cerca de Pamplona, conserva unas espectaculares pinturas murales que repiten cuatro veces el combinado Navarra-Évreux.
Los navarros se sentían representados por dicha combinación propia de la autoridad que daba unidad al territorio. Dentro del cuartelado, el carácter específicamente navarro de las cadenas (en el siglo XV ya eran denominadas así) era conocido por todos. Estaban prestigiadas y solicitadas. Un hijo bastardo de Carlos III, don Lancelot, creó sus propias armerías cuartelando las cadenas con las armas imaginarias de Lanzarote del Lago. Cuando Sancho Sánchiz de Oteiza alcanzó la cátedra episcopal de Pamplona (1420), empezó a utilizar un nuevo escudo con cruz de gules cargada de cadenas doradas. Asimismo los Peralta incluyeron en su escudo un mantelado de Navarra concedido por el rey. El famoso Privilegio de la Unión por el que se unificaron los barrios pamploneses en 1423 determinó la creación de una nueva enseña para la ciudad, con orla constituida por "un renc de nuestras armas de Nauarra, de que el campo será de gueulas et la cadena que yra alderredor, de oro".
Las cadenas fueron incluidas en los escudos de multitud de localidades navarras. Las encontramos en labras renacentistas o barrocas de Tudela, Estella, Tafalla, Sangüesa, Viana, etc. En la actualidad son más de veinte los municipios que las portan. Tulebras, Pueyo, Bargota, Igúzquiza y Lerga traen o han traído las cadenas como emblema propio. Cabanillas, Milagro, Artajona, Espronceda, Mañeru, Navascués, Petilla de Aragón, Echarri Aranaz, Villava y Tirapu llevan o han llevado algún cuartel con las armas del reino.
Del siglo XVI en adelante los navarros siguieron afirmando su identidad perfectamente integrada en la monarquía española a través de las cadenas. No se perdía ocasión. Las recopilaciones de leyes del reino, las monedas aquí batidas, las publicaciones históricas, etc., dieron pie a su ostentación, con diseños que a menudo abandonan las esferillas para reproducir eslabones de manera perfectamente reconocible.
El enfrentamiento entre beamonteses y agramonteses, tan candente todavía en el siglo XVI, tuvo una vertiente emblemática que no afectó a las cadenas, por ser aceptadas como propias por ambas facciones. Los agramonteses, que reivindicaban el trono para los últimos reyes privativos y sus descendientes, se identificaban con las lises; los beamonteses se quejaron en ocasiones de los desprecios hechos al águila que representaba el poder del emperador Carlos V. Un texto anónimo de comienzos del siglo XVII afirmaba que en el corazón de ciertos navarros de dudosa fidelidad a la monarquía española "se halla estampada muy al natural una flor de lis".
Las cadenas en el escudo de España
Al mismo tiempo, durante los siglos XVI y XVII los navarros demostraron un marcado interés por la inclusión de las cadenas en un lugar destacado dentro de los escudos realizados en Navarra con las armas de los reyes de España. Los de Fernando el Católico en la catedral de Pamplona las sitúan cortadas con las de Aragón en el segundo cuartel. La imponente labra del Palacio Real de Pamplona (hoy Archivo General de Navarra) les dedica la mitad diestra del segundo cuartel, partidas con los palos aragoneses. En cambio, por avatares dinásticos un particular diseño de las armas de Navarra ocupó un espacio preeminente en las armas de los reyes franceses de la dinastía de Borbón.
Entre las sucesivas reorganizaciones del escudo de España en el siglo XIX (iniciadas con una composición fundamentalmente territorial de tiempos de José Bonaparte) algunas acabaron confiriendo protagonismo a las cadenas. Durante la Primera República fue utilizado un cuartelado de Castilla, León, Aragón y Navarra, con la granada en la punta, que alcanzó cierta continuidad dentro de una compleja variedad de armas.
Ya en el siglo XX, el escudo de España promulgado en 1938 por Franco respondió a la intención de diferenciarse tanto de las novedades del XIX como de los diseños borbónicos. Para conseguirlo se inspiraron en lar armas de los Reyes Católicos, con un importante cambio: el cuartel de Navarra sustituyó al de Aragón-Sicilia. De esta forma, en términos de protagonismo se mantiene lo conseguido en la centuria anterior. En 1981 se retomó la composición de 1868 en que Navarra ocupaba el cuarto cuartel.
El escudo y la bandera de Navarra en la actualidad
Vimos en un artículo anterior que los diseños oficiales del escudo y la bandera de Navarra fueron aprobados y utilizados públicamente por vez primera en 1910, en el marco de la preparación de la conmemoración de la batalla de las Navas de Tolosa.
Los conflictos políticos del siglo XX, que cristalizaron en la terrible Guerra Civil de 1936, dejaron su huella en el devenir del escudo. En 1931, durante la Segunda República, la corona real fue sustituida temporalmente por una mural. En 1937 Franco concedió a Navarra la cruz laureada de San Fernando, que debía ser grabada en sus escudos. La Diputación no tardó en aprobar un nuevo diseño publicado en el Boletín Oficial de la Provincia de Navarra, con la laureada y la corona real. La presencia de la cruz habría de generar décadas más tarde una apasionada polémica resuelta con su supresión en el escudo que describe la Ley Orgánica 13/1982 de reintegración y amejoramiento del Régimen Foral.
En 1986 y 2003 se promulgaron leyes para regular el uso de los símbolos de Navarra: bandera, escudo e himno. En la primera era expreso el deseo de evitar que algún partido, sindicato o asociación se apropiara de la bandera, símbolo que había de ser de todos los navarros. La segunda, más desarrollada, intentaba hacer frente a la amplia casuística de incumplimientos, principalmente por parte de quienes deseaban y desean hacer ostentación de la ikurriña, bandera oficial del País Vasco que navarros de ideología abertzale sienten como propia. La atención de los políticos se ha centrado en los artículos 6 a 10, referentes al uso, ubicación preferente y orden de colocación. En cambio, las medidas relativas al conocimiento y promoción en los ámbitos educativo y local no han sido impulsadas. Merecería la pena ponerlas en marcha.
¿Con qué fin? ¿Con un horizonte de navarrismo ensimismado? Todo lo contrario. El reino de Pamplona, germen de nuestra actual comunidad, no nació de un pasado institucional interrumpido, ni de un pueblo homogéneo en busca de su destino, sino como proyecto de futuro para grupos humanos que querían emprenderlo juntos. No hubiera perdurado sin sacar partido a la complementariedad y al acuerdo. Ha sufrido graves conflictos, siendo los peores los intestinos, y ha progresado acogiendo una y otra vez a pobladores de muy distintos orígenes. No era tierra de leche y miel, que incitara al exceso o a la holgazanería. Con trabajo duro, en ocasiones abandonando la tierra de sus antepasados, quienes nos antecedieron pusieron el fundamento de nuestra prosperidad. En nuestra mochila lo llevamos todo, lo bueno y lo malo. Hoy sabemos que nuestro escudo no nació de una hazaña guerrera (por fortuna), sino con la llegada de un ilustre inmigrante, Teobaldo I, a quien el reino dio acogida (interesada). También, que no había esmeralda cegadora en su centro, sino un sencillo cuadrifolio. De todo esto son símbolo nuestra bandera, nuestro escudo y nuestro himno. Bien visto, todo puede ser compartido por quienes han llegado hace poco y ya son navarros, por "los de toda la vida" y por quienes siguen siendo navarros en la distancia, en un mundo global. En nuestra mano está conseguirlo.
Durante trescientos años, los Capeto establecidos en el trono de Francia habían tenido hijos varones que heredaron y transmitieron el derecho a la corona. Así hasta Felipe IV el Hermoso, el destructor de los templarios, que había casado con Juana I de Navarra. Tras su muerte, sus hijos Luis el Hutín, Felipe el Largo y Carlos el Calvo fueron sucesivamente reyes de Francia y de Navarra, sin que ninguno dejara descendencia masculina (Juan el Póstumo, hijo del Hutín, apenas vivió unos días). En 1328 París y Pamplona se encontraron con el problema de que la línea capeta por varonía había llegado a su fin. Pero existía una diferencia fundamental, ya que en Navarra el derecho a gobernar recaía en la hija de Luis el Hutín, Juana, casada con Felipe de Évreux. De este modo, la crisis se resolvió con un acuerdo entre primos: Felipe VI de Valois ostentaría la corona de Francia y Juana II y Felipe de Évreux la navarra.
Los preparativos para recibir, por fin, a los soberanos se aceleraron en Pamplona. Los canónigos modificaron el proyecto del monumental refectorio catedralicio que estaban construyendo para convertirlo en digno escenario de banquetes de coronación. En las claves de bóveda colocaron un escudo con las armas del rey de Navarra y otro con las del conde de Évreux. Pero Juana II y Felipe reunían en su persona ambos títulos, por lo que hubo que crear una nueva combinación heráldica que expresara dicha unión, esta vez basada en el cuartelado.
Era el cuartelado una manera de combinar armerías difundida en toda Europa a partir del prestigioso escudo de los reyes de Castilla y León. La solución resultaba excelente para unir dos emblemas sin que a la vista uno quedase totalmente subordinado al otro. En efecto, cuando los escudos se partían, una mitad predominaba sobre la otra. Sin embargo, el cuartelado hacía posible dar a unas armas los cuarteles primero y cuarto, quedando para las otras el segundo y el tercero. De este modo, la preponderancia del primer cuartel sobre el segundo se compensaba con la preferencia del tercero sobre el cuarto. Navarra y Évreux se combinaron de este modo: los cuarteles primero y cuarto quedaron para el carbunclo navarro, mientras las flores de lis doradas en campo azul con banda componada de plata y gules (Évreux) ocupaban el segundo y el tercero. Un pintor excepcional, Juan Oliver, nos dejó en 1335 una de las primeras muestras monumentales de la nueva combinación, en el merecidamente famoso mural de la Crucifixión del refectorio de la catedral, que hoy podemos admirar en el Museo de Navarra.
El reino de Navarra simbolizado en el refectorio de la catedral de Pamplona
Hasta este momento hemos hablado de los signos y los emblemas de los reyes, que compartieron modos de presentación y usos habituales entre los soberanos europeos de la época. Veamos ahora brevemente una singularidad navarra en el campo de la simbología medieval: el conjunto de claves de bóveda del refectorio de la catedral de Pamplona. Dichas claves, esculpidas y policromadas muy posiblemente en 1328 o 1329, representan mediante escudos de armas y señales la realidad política del reino. La formaban los principales linajes de la nobleza y las "buenas villas".
El impresionante despliegue heráldico ofrece una colorista lección visual del ser de Navarra en los años en que accedió al trono la nueva dinastía. El lugar era idóneo, puesto que el comedor canonical serviría como sala de banquetes de la coronación (quizá ya había sido utilizado con este fin el antiguo refectorio románico) y eventualmente cabría celebrar allí otros actos como reuniones de cortes. Hay en el programa figurativo del refectorio otros guiños a la monarquía: la elección de la Entrada de Cristo aclamado como rey en Jerusalén para decorar la puerta, la clave con el tema de la Coronación de la Virgen María y la presencia de un rey coronado con espada enhiesta en una ménsula inmediata a la cabecera. Para dar cabida a todos los emblemas fue necesario multiplicar el número de claves en los arcos de las bóvedas. Reservaron para los "ricos hombres" las diez de los perpiaños y para otros nobles de menor rango algunas secundarias en los arcos diagonales centrales. Las señales de las buenas villas del reino aparecen en los arcos diagonales de los tramos septentrionales.
Larga vida al cuartelado Navarra-Évreux
El cuartelado estaba llamado a perdurar más allá de la posesión del condado de Évreux por los reyes navarros, incluso más allá de la continuidad de la dinastía que lo había originado. Gracias a los viajes de Carlos III, fue conocido en toda Europa. Tras la muerte del rey Noble, sería combinado con las armas de Aragón y Sicilia en el escudo de Juan II (1425-1479), el ambicioso esposo de doña Blanca y padre del Príncipe de Viana. Y poco después con las de Foix, Bearne, Bigorra, Aragón, Castilla y León en el complejo blasón de Francisco Febo (1479-1483).
El cuartelado preside algunas de las más valiosas creaciones artísticas de los siglos XIV y XV, desde las claves de las naves de la catedral iruñesa o las ventanas del palacio de Olite, hasta el relicario de San Saturnino en su parroquia de Pamplona. Y no siempre en obras financiadas por los monarcas. La humilde iglesia de Olloqui, cerca de Pamplona, conserva unas espectaculares pinturas murales que repiten cuatro veces el combinado Navarra-Évreux.
Los navarros se sentían representados por dicha combinación propia de la autoridad que daba unidad al territorio. Dentro del cuartelado, el carácter específicamente navarro de las cadenas (en el siglo XV ya eran denominadas así) era conocido por todos. Estaban prestigiadas y solicitadas. Un hijo bastardo de Carlos III, don Lancelot, creó sus propias armerías cuartelando las cadenas con las armas imaginarias de Lanzarote del Lago. Cuando Sancho Sánchiz de Oteiza alcanzó la cátedra episcopal de Pamplona (1420), empezó a utilizar un nuevo escudo con cruz de gules cargada de cadenas doradas. Asimismo los Peralta incluyeron en su escudo un mantelado de Navarra concedido por el rey. El famoso Privilegio de la Unión por el que se unificaron los barrios pamploneses en 1423 determinó la creación de una nueva enseña para la ciudad, con orla constituida por "un renc de nuestras armas de Nauarra, de que el campo será de gueulas et la cadena que yra alderredor, de oro".
Las cadenas fueron incluidas en los escudos de multitud de localidades navarras. Las encontramos en labras renacentistas o barrocas de Tudela, Estella, Tafalla, Sangüesa, Viana, etc. En la actualidad son más de veinte los municipios que las portan. Tulebras, Pueyo, Bargota, Igúzquiza y Lerga traen o han traído las cadenas como emblema propio. Cabanillas, Milagro, Artajona, Espronceda, Mañeru, Navascués, Petilla de Aragón, Echarri Aranaz, Villava y Tirapu llevan o han llevado algún cuartel con las armas del reino.
Del siglo XVI en adelante los navarros siguieron afirmando su identidad perfectamente integrada en la monarquía española a través de las cadenas. No se perdía ocasión. Las recopilaciones de leyes del reino, las monedas aquí batidas, las publicaciones históricas, etc., dieron pie a su ostentación, con diseños que a menudo abandonan las esferillas para reproducir eslabones de manera perfectamente reconocible.
El enfrentamiento entre beamonteses y agramonteses, tan candente todavía en el siglo XVI, tuvo una vertiente emblemática que no afectó a las cadenas, por ser aceptadas como propias por ambas facciones. Los agramonteses, que reivindicaban el trono para los últimos reyes privativos y sus descendientes, se identificaban con las lises; los beamonteses se quejaron en ocasiones de los desprecios hechos al águila que representaba el poder del emperador Carlos V. Un texto anónimo de comienzos del siglo XVII afirmaba que en el corazón de ciertos navarros de dudosa fidelidad a la monarquía española "se halla estampada muy al natural una flor de lis".
Las cadenas en el escudo de España
Al mismo tiempo, durante los siglos XVI y XVII los navarros demostraron un marcado interés por la inclusión de las cadenas en un lugar destacado dentro de los escudos realizados en Navarra con las armas de los reyes de España. Los de Fernando el Católico en la catedral de Pamplona las sitúan cortadas con las de Aragón en el segundo cuartel. La imponente labra del Palacio Real de Pamplona (hoy Archivo General de Navarra) les dedica la mitad diestra del segundo cuartel, partidas con los palos aragoneses. En cambio, por avatares dinásticos un particular diseño de las armas de Navarra ocupó un espacio preeminente en las armas de los reyes franceses de la dinastía de Borbón.
Entre las sucesivas reorganizaciones del escudo de España en el siglo XIX (iniciadas con una composición fundamentalmente territorial de tiempos de José Bonaparte) algunas acabaron confiriendo protagonismo a las cadenas. Durante la Primera República fue utilizado un cuartelado de Castilla, León, Aragón y Navarra, con la granada en la punta, que alcanzó cierta continuidad dentro de una compleja variedad de armas.
Ya en el siglo XX, el escudo de España promulgado en 1938 por Franco respondió a la intención de diferenciarse tanto de las novedades del XIX como de los diseños borbónicos. Para conseguirlo se inspiraron en lar armas de los Reyes Católicos, con un importante cambio: el cuartel de Navarra sustituyó al de Aragón-Sicilia. De esta forma, en términos de protagonismo se mantiene lo conseguido en la centuria anterior. En 1981 se retomó la composición de 1868 en que Navarra ocupaba el cuarto cuartel.
El escudo y la bandera de Navarra en la actualidad
Vimos en un artículo anterior que los diseños oficiales del escudo y la bandera de Navarra fueron aprobados y utilizados públicamente por vez primera en 1910, en el marco de la preparación de la conmemoración de la batalla de las Navas de Tolosa.
Los conflictos políticos del siglo XX, que cristalizaron en la terrible Guerra Civil de 1936, dejaron su huella en el devenir del escudo. En 1931, durante la Segunda República, la corona real fue sustituida temporalmente por una mural. En 1937 Franco concedió a Navarra la cruz laureada de San Fernando, que debía ser grabada en sus escudos. La Diputación no tardó en aprobar un nuevo diseño publicado en el Boletín Oficial de la Provincia de Navarra, con la laureada y la corona real. La presencia de la cruz habría de generar décadas más tarde una apasionada polémica resuelta con su supresión en el escudo que describe la Ley Orgánica 13/1982 de reintegración y amejoramiento del Régimen Foral.
En 1986 y 2003 se promulgaron leyes para regular el uso de los símbolos de Navarra: bandera, escudo e himno. En la primera era expreso el deseo de evitar que algún partido, sindicato o asociación se apropiara de la bandera, símbolo que había de ser de todos los navarros. La segunda, más desarrollada, intentaba hacer frente a la amplia casuística de incumplimientos, principalmente por parte de quienes deseaban y desean hacer ostentación de la ikurriña, bandera oficial del País Vasco que navarros de ideología abertzale sienten como propia. La atención de los políticos se ha centrado en los artículos 6 a 10, referentes al uso, ubicación preferente y orden de colocación. En cambio, las medidas relativas al conocimiento y promoción en los ámbitos educativo y local no han sido impulsadas. Merecería la pena ponerlas en marcha.
¿Con qué fin? ¿Con un horizonte de navarrismo ensimismado? Todo lo contrario. El reino de Pamplona, germen de nuestra actual comunidad, no nació de un pasado institucional interrumpido, ni de un pueblo homogéneo en busca de su destino, sino como proyecto de futuro para grupos humanos que querían emprenderlo juntos. No hubiera perdurado sin sacar partido a la complementariedad y al acuerdo. Ha sufrido graves conflictos, siendo los peores los intestinos, y ha progresado acogiendo una y otra vez a pobladores de muy distintos orígenes. No era tierra de leche y miel, que incitara al exceso o a la holgazanería. Con trabajo duro, en ocasiones abandonando la tierra de sus antepasados, quienes nos antecedieron pusieron el fundamento de nuestra prosperidad. En nuestra mochila lo llevamos todo, lo bueno y lo malo. Hoy sabemos que nuestro escudo no nació de una hazaña guerrera (por fortuna), sino con la llegada de un ilustre inmigrante, Teobaldo I, a quien el reino dio acogida (interesada). También, que no había esmeralda cegadora en su centro, sino un sencillo cuadrifolio. De todo esto son símbolo nuestra bandera, nuestro escudo y nuestro himno. Bien visto, todo puede ser compartido por quienes han llegado hace poco y ya son navarros, por "los de toda la vida" y por quienes siguen siendo navarros en la distancia, en un mundo global. En nuestra mano está conseguirlo.
Diario de Navarra
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