MAURICIO BERNAL
DOMINGO, 17 DE ENERO DEL 2016 - 23:59 CET
Cuando se hayan fundido los polos y hayan retrocedido las playas y naveguen los barcos por el canal Joan de Borbó, antiguo paseo de ídem, igual, quién sabe, verán de todas maneras los viajeros las mismas banderas que hoy cuelgan de los balcones, posiblemente hechas jirones, y se preguntarán qué son, qué representan, banderas de qué. Quizá sean barcos en busca de un último rastro de vida, en un mundo arrasado por el calor, y no serán viajeros sino exploradores, una misión científica, ¿por qué no? Pero igual: las banderas azules y amarillas ondearán con la melancolía debida a los paisajes arruinados por el apocalipsis.
Azules, sí. Y amarillas.
Tiene esa rareza el paseo que hoy todavía conduce hasta la playa, y la tiene el barrio de la Barceloneta en general: en los balcones ondean banderas, como ondean en el resto de la ciudad, pero la más popular es la del barrio, azul y amarilla y con su escudo en la mitad. En el paseo que la hecatombe volverá canal hay colgadas una cincuentena, y en las callejuelas interiores abundan y se confunden con la ropa puesta a secar. No hay que descartar que sea una anomalía de territorio insular, pues todos tienen la suya y la Barceloneta es una isla, como todo el mundo sabe. No es coincidencia, por otra parte, que las banderas hayan aparecido en los momentos más feroces del enfado contra el turismo, y en general contra el modelo de ciudad. Y en cualquier caso, está lo de siempre con las banderas: la identidad.
“Yo soy del barrio, niño. Del barrio”.
Anomalía llama a anomalía, y tal vez la más cautivadora de las banderas de la Barceloneta es que su creador vive: tiene 71 años, fue marinero toda la vida y un día, hace un cuarto de siglo, decidió que le iba a dar una enseña a su barrio. “Se iban a hacer los Juegos Olímpicos y yo vi que estaban tirando toda la Barceloneta y la estaban haciendo nueva, y que se estaban cargando todo el encanto del barrio pescador. Pensé que al cabo del tiempo ni siquiera se sabría que había sido un barrio de pescadores. Y decidí hacer la bandera”. El hombre que creó una bandera se llama Francisco López Tey, y aunque nació y vivió la mayor parte de su vida en la Barceloneta hace poco se mudó a la calle de Robadors, en el Raval: su piso es fácil de identificar porque es el único del viejo barrio chino donde ondea el pabellón insular.
“Bueno, en realidad hay un chaval amigo que también vivió en la Barceloneta y que también tiene una bandera en el balcón. Pero aparte de él y de mí no hay nadie más”.
MELANCOLÍA TEXTIL
Hace muchos años, motu proprio, López Tey empezó una infatigable recopilación de documentos del barrio que a la postre dio lugar a la creación del Arxiu Popular de la Barceloneta; motu proprio también, y envalentonado en parte por los privilegiados conocimientos del barrio que había obtenido de aquel proyecto, decidió hacer la bandera. “Primero puse el azul del agua y el amarillo de la arena. Luego, en el escudo, una barca latina, que era la que usaban los pescadores, y el faro de la Barceloneta, que estaba donde está ahora la Torre del Reloj, además de la bandera de Sant Jordi y la catalana”. De su bolsillo, López Tey mandó hacer una decena de banderas, las repartió por las calles engalanadas para la fiesta mayor del barrio y guardó una para el sacerdote de la iglesia, “con un escrito donde quedaron explicadas las razones para hacerla”. La bandera tuvo una primera vida en los 90 pero luego cayó en el olvido, de la manera melancólica en que le puede pasar algo así a una bandera, y hace un par de años resucitó a su segunda vida. “Cuando empezó lo del turismo me llamó el presidente de la asociación de vecinos y me dijo si podía utilizarla, y yo le dije que sí, claro”.
Muchos conocen a López Tey en la Barceloneta, pero no tantos saben que es el autor de la bandera. Un día, de hecho, tuvo que ir a la redacción del periódico del barrio a pedir una rectificación, cuando salió publicado que la habían creado “los chicos del archivo”. Nimiedades. Ahora, como todo artista cuando triunfa su trabajo, López Tey se llena de orgullo cada vez que va a su viejo barrio y ve su obra por doquier.
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