17.12.10

ESTANDARTES GUADALUPANOS EN LA “GUERRA DE LAS VÍRGENES”

Escrito por Jesús Pérez Uruñuela, el 15-12-2010

Durante la guerra de Independencia de México, de 1810 a 1821 existió el enfrentamiento de dos oponentes singulares: la Virgen de Guadalupe contra la Virgen de los Remedios.
Los estandartes de ambas imágenes encabezaban los contingentes en pugna: la primera al ejército insurgente, la segunda a las tropas virreinales…
El 16 de septiembre de 1810, los insurgentes encabezados por Hidalgo salieron del pueblo de Dolores con rumbo a San Miguel el Grande, y al pasar por Atotonilco Hidalgo vio en la sacristía un lienzo de la Virgen de Guadalupe, –reza la tradición- lo tomó y enarbolándolo como bandera, se dirigió a la muchedumbre gritando: “iViva Nuestra Madre Santísima de Guadalupe!”, arenga con la cual se iniciaba lo que habría de conocerse como la “Guerra de las Vírgenes”, que daría al movimiento bélico emancipador de la Nueva España de la Corona española, un tinte de “Guerra religiosa” entre dos emblemas de una misma personalidad divina: la Virgen María.
El papel que jugó la Guadalupana en la causa insurgente fue de gran importancia; además del estandarte, los rebeldes portaban estampas e imágenes de la Niña Morena. José María Morelos la llamó “la Patrona de Nuestra Libertad”, e incluso uno de los jefes insurgentes, Guadalupe Victoria, adoptó su nombre, y ahora pocos lo recuerdan como Miguel Fernández Félix.
Por su parte, los realistas quisieron oponer a la Señora del Tepeyac una rival a su medida, por lo que el virrey Francisco Xavier Venegas mandó por una veterana imagen de la guerra de Conquista para alzarla cual bandera de sus ejércitos: la Virgen de los Remedios que, según la tradición se les había aparecido a los conquistadores que huían después de la Noche Triste, echando puñados de tierra a los ojos de los indígenas que los perseguían. A la Virgen de los Remedios se le “otorgó” el grado y el apodo de “Generala”, fue vestida para la ocasión con los blasones correspondientes a su rango, y recorrió la ciudad de México, mostrándose lista y dispuesta para enfrentarse a su “enemiga”, la Virgen de Guadalupe.
La derrota sufrida por Hernán Cortés, en la batalla de la Noche Triste, puso en apresurada fuga a los sobrevivientes hasta el centro ceremonial construido para la veneración de sus ídolos en el sitio llamado Naucalpan: lugar de las cuatro casas. Sabemos que sufrieron grandes bajas y aún la pérdida de rehenes notables como algunos hijos de Moctezuma.
Los conquistadores se hicieron fuertes en aquel lugar hasta que pudieron salir a Otumba. También existe la leyenda que uno de los soldados de Cortés, Gonzalo Rodríguez de Villafuerte, traía una de estas imágenes, pequeñitas, llamadas castrenses, que se enrollaban a los tientos del caballo, y la escondió entre los magueyes para posteriormente rendirle un voto de agradecimiento.
Dentro del plan de evangelización, se incluyó la idea ya fija de los cuatro rincones del mundo y ambas vírgenes tuvieron un papel importante. En la Revista México Desconocido leemos al respecto: “La Virgen de los Remedios, asociada a la Conquista, sería por esencia la Virgen española y la patrona de los indígenas, que al abrazar la alianza hispana la toman por especial protectora. Va a suplir, como en muchos sitios, al culto prehispánico y va a establecer la protección de los cuatro nuevos puntos cardinales con la Virgen de Guadalupe en el Tepeyac, al norte; la Virgen de la Piedad al sur y al oriente Nuestra Señora de la Bala”. Ubicándose la Virgen de los Remedios en el poniente.
En México Desconocido encontramos esta nota que refuerza lo anterior: “Fue tan acentuado el carácter defensor, que los novohispanos dieron a la Virgen de los Remedios grado de Generala, y durante la guerra de Independencia con gran ignorancia religiosa, la enfrentaron a la Virgen de Guadalupe. Se dice que los insurgentes la fusilaban mientras los realistas hacían lo mismo con la Virgen de Guadalupe”.

Estandartes de la Virgen de Guadalupe y las primeras banderas mexicanas
En los días que Miguel Hidalgo estuvo prisionero y sujeto a juicio, llevó a cabo una serie de declaraciones, las que aclaran algunos hechos históricos que tradicionalmente han sido aderezados con circunstancias diferentes a las que realmente se presentaron, con el propósito de pensar que de esa manera habrían de tener mayor impacto e influencia en la formación de nuestra identidad nacional de mexicanidad. Por ejemplo, se menciona que, en el momento en que Hidalgo da el “Grito de Dolores” levantaba el estandarte de la Virgen de Guadalupe” y con él avanza en su marcha por lucha por la independencia de México.
Aclarando lo anterior, antes de su muerte, el cura Hidalgo dejó escrito el siguiente testimonio, que así se lee, en el libro de Marta Terán:
“Que realmente no hubo orden alguna asignando Armas ningunas: Que no hubo más que saliendo el declarante el diez y seis de septiembre referido con dirección a San Miguel el Grande, a paso de Atotonilco tomó una imagen de Guadalupe que puso en manos de uno para que la llevase delante de la gente que le acompañaba, y de allí vino que los regimientos pasados y los que fueron después formando tumultuosamente, igual que los pelotones de la plebe que se les reunió, fueron tomando la misma imagen de Guadalupe por Armas, a que el principio generalmente agregaban la del Sr. Don Fernando Séptimo, y algunos también el águila de México”. (Hernández y Dávalos.)
De lo anterior, se deduce que durante 1810-1911, cada regimiento o pelotones, poseía su propia insignia guadalupana, debiendo existir varias de ellas.
Durante la Guerra de Independencia era usual que después de concluidas las batallas, los vencedores se apoderaran de banderas y escudos emblemáticos del ejército abatido, así como de objetos personales de los comandantes derrotados. Para el general triunfador esto era constancia de sus victorias. Félix María Calleja logró una serie de trofeos de esta naturaleza al derrotar a los insurgentes en diversas ocasiones. Esos “botines de guerra”, fueron trasladados a Madrid, lo cual le valió que al regreso de Fernando VII al poder real, se le concediera el título de Conde de Calderón.
Si sumamos a la imagen guadalupana de Atotonilco otras que fueron capturadas en batallas por los realistas, podemos sorprendernos de la abundancia de vírgenes que se juntaron en pocos meses. Se puede afirmar que al menos existieron nueve pendones, de las cuales dos de ellos bien pudieron ser el antecedente más lejano en el tiempo de nuestro lábaro patrio, por tener impresa un águila posada sobre un nopal y una serpiente en su pico.
Hoy, en el Museo del Ejército de Madrid se encuentran esos dos importantes pendones, que para efectos de identificación llamaremos “de San Miguel”, con elementos iconográficos de banderas mexicanas hasta ahora ignorados, procedentes de la batalla de Puente Calderón.
El 17 de enero de 1811, Félix María Calleja tomó a las tropas de Ignacio Allende y Miguel Hidalgo cinco banderas y dos estandartes, y de esos siete, en dos banderas y dos estandartes se representa a la Virgen de Guadalupe. Para entonces ya se habían recogido a los insurgentes al menos dos estandartes guadalupanos en la batalla de encuentro que habían librado con los realistas en Aculco. En ambas batallas, mucho interés manifestó el vencedor Calleja por las banderas guadalupanas que ondeaban entre los insurgentes. Ambas, mostraban por un lado la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe y al reverso el arcángel San Miguel con el Águila Imperial y varios trofeos y jeroglíficos. Son de tafetán; en su anverso se observan grandes cuadros blancos con la Virgen pintada perpendicularmente al asta. En el reverso, resalta un cuadro azul celeste intenso que lleva un escudo central orlado de trofeos y jeroglíficos. Con el lago de fondo está el águila sobre el nopal y la serpiente en su pico. En su estado actual de conservación algunos detalles apenas se distinguen: lanza, alabarda, dos tubos de cañón, un arco de flechas, tambor, dos guiones terminados de picos, uno blanco y otro rojo o carmesí, encima de éstos, dos aspas (o cruz) de Borgoña, una roja en fondo blanco y otra blanca en fondo rojo. El escudo central que forma el águila, está superado o timbrado por el arcángel San Miguel, en cuya mano derecha tiene la cruz y en la izquierda una balanza, todo perpendicular al asta. Los trofeos en la orla del águila vuelven a estas banderas singulares, ¡claro, pues son de guerra!

Estandarte
guadalupano en el Primer Centenario de la Independencia de México
En el año de 1910 el rey Alfonso III de España, en un acto de “simpatía y cariño” hacia México -con motivo de las fiestas del Primer Centenario de su Independencia- ordenó que el estandarte de la Virgen de Guadalupe que el Cura Hidalgo tomó de la capilla de Atotonilco y otros trofeos de la Guerra de la Independencia de México (retrato de Morelos, así como su uniforme de general, bastón, espada y sombrero con plumas, bandera del Batallón de San Blas y el estandarte “Doliente de Hidalgo guardados en el Museo de Artillería de Madrid, fuesen regresados a México.
Don Nemesio García Naranjo describe minuciosamente lo acaecido el 17 de septiembre, cuando con uniformes de gala del cuerpo de Gendarmes, de los miembros de la Escuela de Aspirantes y de cadetes del Colegio Militar, desfilaron por las calles del centro de la ciudad de México llevando el estandarte de la Virgen de Guadalupe así como las demás reliquias-trofeos de guerra mencionados.

BIBLIOGRAFÍA
Terán, Marta “La virgen de Guadalupe contra Napoleón Bonaparte. La defensa de la religión en el Obispado de Michoacán. Entre 1793 y 1814”. Estudios de historia novohispana. Universidad de La Rioja. España.
García Naranjo, Nemesio. Crónica: “La apoteosis de Morelos”.

Diario de Morelos

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