23.1.11

Un botín murciano en el corazón de París

Francia atesora de forma ilegal desde 1823 dos enseñas históricas de la Guerra de la Independencia
23.01.11 - 00:51 - ANTONIO BOTÍAS

El conserje Mathieu, recién almorzado, ajustando su gorra de gala sobre aquella cabellera que escapó por suerte de la guillotina, no logró contener un grito de indignación: «Oh mon Dieu!». Lo que no tendría mayor trascendencia de no ser porque, por vez primera y última en su vida, se disponía a desobedecer al mismísimo Rey de Francia. Y las consecuencias de aquella insubordinación aún afectan a los murcianos.
El conserje Mathieu, a quien Dios tenga donde se merezca, fue el responsable de que Murcia no recuperara en 1823 dos de sus banderas más queridas: las enseñas del Regimiento de Voluntarios que la ciudad portó durante la Guerra de la Independencia, durante su defensa en el segundo Sitio de Zaragoza.
En 1815, tras la caída de Napoleón en Waterloo, el conserje, como destacan diversos investigadores, ocultó 44 banderas, que no pudieron ser devueltas a sus propietarios cuando en 1823 Luis XVIII, en señal de buena voluntad, decidió entregar a la Regencia de España los trofeos existentes en el Cuerpo Legislativo.
En la actualidad, aquellas banderas permanecen intactas entre los 500.000 objetos que atesora el Museo de la Armada de París, junto una algarabía de armas y uniformes, armaduras y maquetas, aviones de la Segunda Guerra Mundial y hasta la célebre tumba de Napoleón. Sin embargo, no están expuestas.
Murcia apenas era un pueblo en 1808, con 20.000 almas mal contadas. Pero fueron suficientes para plantar resistencia al mismísimo Napoleón. De entrada, le hicieron saber al cónsul francés en la ciudad que su vida corría peligro. Un año más tarde, junto a Huelva y Cádiz, Murcia fue la única urbe que se mantuvo independiente. Y no sólo eso. También provocaban a los invasores: «Sepa el mundo que los murcianos conocen sus deberes y obran según ellos hasta derramar su sangre, por la Religión, por su Soberano y sus amados hermanos, todos los españoles».
Las banderas que Francia posee, de manera ilegal, son espléndidas. En el Segundo Sitio de Zaragoza (21-Diciembre-1808 al 21-Febrero-1809) participaron 5 regimientos murcianos: 6.554 hombres y 134 caballos. Entre ellos, el Regimiento Primero de Voluntarios de Murcia, a quien los franceses arrebataron sus dos insignias. En ambas figura la Virgen de la Fuensanta, un león despedazando un águila y las leyendas: «Murcianos a Vencer» y «Los murcianos por la Religión, la Patria y Fernando VII».
El Ayuntamiento de Murcia, hace ahora casi tres años, en colaboración con el Consulado de Francia, solicitó la cesión de las banderas al general director del Musée de l'Armée, quien confirmó que las piezas se encontraban custodiadas en la institución, retiradas de la vista del público, aunque su mal estado desaconsejaba el traslado. El general, con todo lo director de un museo que era, olvidó completar la historia de las célebres enseñas. Porque ambas fueron restauradas en 1970 bajo la dirección de Pierre Charrié y, ya en 1990, fueron donadas por la Asamblea Nacional, sucesora del antiguo Cuerpo Legislativo, al Mussée de l'Armée.
Para hacerse una idea de la belleza de estas insignias aún se conservan en el Salón de Plenos del Ayuntamiento dos tesoros, de similar factura, que el paso del tiempo aún no han arrinconado. En las vitrinas laterales se exhiben el Pendón Real y una coronela casi idéntica a las que disfruta París.
El Pendón Real fue un privilegio concedido por Alfonso X en 1266 y confirmado por Felipe II. El actual se hizo para conmemorar la coronación de Carlos IV, en 1789. El Pendón representaba al Rey en actos solemnes y fue realizado por maestro bordador Tomás Marqués de Frusía.
El Concejo también disfrutaba de un pendón propio, que representaba a la ciudad y cuya tela era renovada, como la del anterior, cuando se ajaba. En cierta ocasión, un bordador medieval tomó tan en serio su trabajo que el pendón resultante «está hecho de tal manera y tamaña es su grandeza que no hay hombre que lo pueda sostener sin sobrellevar». Hubo que bordar otro.
La responsabilidad de portar el Pendón en los actos más solemnes recaía en el Álferez, cargo que era elegido en el llamado Cabildo de Elecciones. Al mismo tiempo, la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno también designaba otro alférez, quien enarbolaba tan digna enseña abriendo la procesión del Viernes Santo.
La otra pieza que adorna el Salón de Plenos es la Coronela, portada durante la Guerra de la Independencia por el Batallón número 10 de la Reserva de la Provincia de Murcia. Fue realizada por el maestro Pantaleón Furriol, en 1808.
Recuperar las piezas no es un capricho. Sólo dos siglos más tarde pocos recuerdan que aquella guerra supuso el saqueo de la huerta y precipitó alguna ofensiva intramuros, como la batalla de la calle de San Nicolás, donde perdió la vida el general Martín de la Carrera a manos de las tropas del mariscal Soult. Ahí queda una lápida olvidaba ante la que nadie detiene el paso. Así somos. Ni siquiera la Patrona de Murcia quedó excluida de la contienda: El 27 de mayo de 1808 le fue otorgado el rango militar de Generala de las tropas españolas; rango que, miren, hoy conserva, con un par. Por eso viste fajín de general y bastón de mando.
En la actualidad, en algún anaquel polvoriento del Museo de la Armada parisino, acaso a unos cuantos metros de la tumba de Napoleón, permanece un lienzo que custodia la sangre de aquellos murcianos a los que debemos el honor y la libertad. Por ello, el retorno de las coronelas, en estos tiempos donde todos reclaman memorias históricas, más que un capricho sería un homenaje a nuestra Historia.
Así se cerraría el circulo que el mismísimo general O'Donell abrió aquella tarde cuando, después de asistir al entierro de La Carrera, se dirigió a la calle de San Nicolás y, mientras dirigía una arenga patriótica a los allí congregados, desenvainó su espada para tocar la sangre todavía fresca del militar caído. «España sabrá recuperar la sangre de todos aquellos héroes murcianos», profetizó. Dos siglos después, quizá aún estemos a tiempo de lograrlo.

La Verdad

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