Luis J. Gómez / Toledo
El primer presidente de Castilla-La Mancha, cuando sólo era un ente preautonómico, contaba en una entrevista en 1996 cómo surgió la necesidad de hacerse con una bandera para la Región. «Yo recuerdo que asistía a las reuniones de presidentes y todos, en su coche, llevaban su correspondiente bandera autonómica, menos yo, cosa que a mi chófer le preocupaba mucho», confesó Antonio Fernández Galiano a la revista del Centro de Estudios de Castilla-La Mancha, que edita la Universidad. «Y entonces propuse a la oposición que nos reuniéramos para hablar de este asunto», recordó.
Esa reunión tuvo lugar en Albacete el 11 de enero de 1980. Después de analizar varias opciones se eligió la bandera actual, aunque Fernández Galiano hubiese preferido alguna modificación: «A mí personalmente me gustaba más una división en diagonal, en lugar de una división vertical, pero se votó y resultó elegida la que ahora conocemos». Así nació el primer símbolo de Castilla-La Mancha, que se aprobó oficialmente en un decreto del 25 de enero fechado en Guadalajara. Hoy, por tanto, cumple sus primeros 30 años ondeando.
El decreto se hizo hueco en el primer número del Boletín Oficial de la Región, el antecedente del Diario Oficial y que se publicó el 20 de octubre de 1980. Así, la bandera llegó antes que la propia Comunidad Autónoma, ya que Castilla-La Mancha no se consideró como tal hasta 1982. Incluso es más antigua que la bandera actual española, ya que la ‘rojigualda’ data de 1981, cuando se aprobó la versión constitucional del nuevo escudo. Además la bandera regional ha servido de inspiración, tanto para el escudo autonómico, que llegó después, como para otras banderas como la de la Universidad.
Modelo Reconquista
Aunque la Región haya sido un ‘invento’ de la Transición, los referentes de su bandera se remontan muy atrás, hasta la época de la Reconquista. Tal vez se explique porque el diseño fue obra de un académico de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando, Ramón José Maldonado Cocat. Entre sus credenciales, fue el autor de una buena parte de los escudos municipales de la provincia de Ciudad Real .
El ‘padre’ de la bandera escribió que en el 77 recibió el encargo de la UCD, Alianza Popular y el PSOE. «Después de las discusiones e informes pertinentes, se escogió la presentada por mí que no tiene más valor que su racionalidad», explicó.
Y es que al igual que el propio nombre de Castilla-La Mancha, la bandera también está partida en dos. La primera mitad, la que corresponde a Castilla, la describe el autor como «campo rojo carmesí» con un «castillo de tres torres de oro mazonadas de negro (señaladas las piedras) y aclaradas (las puertas y ventanas) de azul». Está inspirado en el pendón de Castilla, ya que las tierras que hoy forman la Región pertenecieron a este reino cristiano. El pendón de Castilla también se puede observar, por ejemplo, en la bandera de Castilla y León, o en el primer cuartel del escudo de España.
La segunda parte de la bandera regional se corresponde con la segunda parte del nombre, con La Mancha. «El segundo trozo de color blanco, en recuerdo de las Ordenes Militares de Calatrava, Santiago y San Juan, cuyas gloriosas milicias conquistaron, organizaron y administraron la tierra manchega y cuyos pendones fueron siempre blancos», explicó Maldonado.
Los cambios del tiempo
Las tres décadas que lleva izada han dejado su huella en la bandera, que no siempre cumple las características fijadas en el Estatuto. Si se aplica el rigor cromático, la primera parte de la bandera debe ser rojo carmesí, pero son muchas las banderas de Castilla-La Mancha que se acercan más a los tonos morados o incluso rosa fuerte. Tienen poco que ver con el rojo carmesí que inspira a la bandera de Castilla y León, y a otras de comunidades vecinas como Madrid y Murcia.
Si hay algo que se presta a las variaciones es el castillo, quizá porque sea la bandera regional que lo lleva más grande. Los hay de ‘fachada’ o en relieve, con un número de ventanas que van desde dos a cinco. Y para las versiones más complejas, se añaden puentes almenados entre las torres y los arcos de la puerta y las ventanas son una mezcla de herradura y conopial.
Por último, para los puristas de la geometría, la bandera tiene que estar formada por dos cuadrados iguales. Ahora bien, si se siguiera estrictamente este artículo el formato de la bandera de Castilla-La Mancha sería diferente al de resto de banderas autonómicas e internacionales. Por motivos prácticos se opta por incumplir el Estatuto, que por cierto en su nueva reforma sigue manteniendo que deben ser cuadrados, en lugar de cambiarlos por rectángulos.
Lo que sí se cumple casi siempre es la obligación de que la bandera de España esté en un lugar «preeminente», tal y como fijó el Estatuto antiguo y lo ratificará el nuevo. La diferencia es que con la reforma ahora también hay que hacer hueco a las estrellas de la UE, un espacio que ya llevaban mucho tiempo compartiendo en la solapa de los políticos o colgadas entre los farolillos de las verbenas.
La versión más regionalista
La bandera tiene un antecedente en los movimientos regionalistas de La Mancha de comienzos del siglo XX. Franscico Fuster Ruiz estudió sus orígenes, que se hallan en el Centro Regional Manchego, de Madrid, de donde partió la idea. La primera versión de la bandera se presentó en Daimiel el 10 de septiembre de 1906, en un mitin de carácter regionalista. Al parecer, este primer intento de bandera fue creado en esta localidad ciudadrealeña por un grupo de simpatizantes. Estaba dividida en cuatro partes, cada una de un color y con el escudo de cada provincia manchega. Negro para Toledo, rojo para Cuenca, azul para Ciudad Real y blanco para Albacete. El proyecto se volvió a retomar una década después. En diciembre de 1908 un grupo de alumnas de la Escuela Normal de Albacete visitó Madrid y en el Centro Regional Manchego ellas mismas propusieron bordar la bandera.
La versión albaceteña de la bandera de La Mancha se presentó en junio de 1919 en el Teatro Cervantes de la capital provincial. Mantenía la división en cuatro partes y los colores, pero en vez de los escudos de las provincias, en el centro bordaron el escudo de Alfonso XIII, con el Toisón de Oro. Aunque tuvo más éxito que la versión de Daimiel, tampoco llegó a fructificar del todo. Eso sí, su división en colores sigue presente en algunos modelos no oficiales y minoritarios que incluso han añadido la estrella de cinco puntas propia de las banderas independentistas de Cataluña o Galicia.
Esa reunión tuvo lugar en Albacete el 11 de enero de 1980. Después de analizar varias opciones se eligió la bandera actual, aunque Fernández Galiano hubiese preferido alguna modificación: «A mí personalmente me gustaba más una división en diagonal, en lugar de una división vertical, pero se votó y resultó elegida la que ahora conocemos». Así nació el primer símbolo de Castilla-La Mancha, que se aprobó oficialmente en un decreto del 25 de enero fechado en Guadalajara. Hoy, por tanto, cumple sus primeros 30 años ondeando.
El decreto se hizo hueco en el primer número del Boletín Oficial de la Región, el antecedente del Diario Oficial y que se publicó el 20 de octubre de 1980. Así, la bandera llegó antes que la propia Comunidad Autónoma, ya que Castilla-La Mancha no se consideró como tal hasta 1982. Incluso es más antigua que la bandera actual española, ya que la ‘rojigualda’ data de 1981, cuando se aprobó la versión constitucional del nuevo escudo. Además la bandera regional ha servido de inspiración, tanto para el escudo autonómico, que llegó después, como para otras banderas como la de la Universidad.
Modelo Reconquista
Aunque la Región haya sido un ‘invento’ de la Transición, los referentes de su bandera se remontan muy atrás, hasta la época de la Reconquista. Tal vez se explique porque el diseño fue obra de un académico de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando, Ramón José Maldonado Cocat. Entre sus credenciales, fue el autor de una buena parte de los escudos municipales de la provincia de Ciudad Real .
El ‘padre’ de la bandera escribió que en el 77 recibió el encargo de la UCD, Alianza Popular y el PSOE. «Después de las discusiones e informes pertinentes, se escogió la presentada por mí que no tiene más valor que su racionalidad», explicó.
Y es que al igual que el propio nombre de Castilla-La Mancha, la bandera también está partida en dos. La primera mitad, la que corresponde a Castilla, la describe el autor como «campo rojo carmesí» con un «castillo de tres torres de oro mazonadas de negro (señaladas las piedras) y aclaradas (las puertas y ventanas) de azul». Está inspirado en el pendón de Castilla, ya que las tierras que hoy forman la Región pertenecieron a este reino cristiano. El pendón de Castilla también se puede observar, por ejemplo, en la bandera de Castilla y León, o en el primer cuartel del escudo de España.
La segunda parte de la bandera regional se corresponde con la segunda parte del nombre, con La Mancha. «El segundo trozo de color blanco, en recuerdo de las Ordenes Militares de Calatrava, Santiago y San Juan, cuyas gloriosas milicias conquistaron, organizaron y administraron la tierra manchega y cuyos pendones fueron siempre blancos», explicó Maldonado.
Los cambios del tiempo
Las tres décadas que lleva izada han dejado su huella en la bandera, que no siempre cumple las características fijadas en el Estatuto. Si se aplica el rigor cromático, la primera parte de la bandera debe ser rojo carmesí, pero son muchas las banderas de Castilla-La Mancha que se acercan más a los tonos morados o incluso rosa fuerte. Tienen poco que ver con el rojo carmesí que inspira a la bandera de Castilla y León, y a otras de comunidades vecinas como Madrid y Murcia.
Si hay algo que se presta a las variaciones es el castillo, quizá porque sea la bandera regional que lo lleva más grande. Los hay de ‘fachada’ o en relieve, con un número de ventanas que van desde dos a cinco. Y para las versiones más complejas, se añaden puentes almenados entre las torres y los arcos de la puerta y las ventanas son una mezcla de herradura y conopial.
Por último, para los puristas de la geometría, la bandera tiene que estar formada por dos cuadrados iguales. Ahora bien, si se siguiera estrictamente este artículo el formato de la bandera de Castilla-La Mancha sería diferente al de resto de banderas autonómicas e internacionales. Por motivos prácticos se opta por incumplir el Estatuto, que por cierto en su nueva reforma sigue manteniendo que deben ser cuadrados, en lugar de cambiarlos por rectángulos.
Lo que sí se cumple casi siempre es la obligación de que la bandera de España esté en un lugar «preeminente», tal y como fijó el Estatuto antiguo y lo ratificará el nuevo. La diferencia es que con la reforma ahora también hay que hacer hueco a las estrellas de la UE, un espacio que ya llevaban mucho tiempo compartiendo en la solapa de los políticos o colgadas entre los farolillos de las verbenas.
La versión más regionalista
La bandera tiene un antecedente en los movimientos regionalistas de La Mancha de comienzos del siglo XX. Franscico Fuster Ruiz estudió sus orígenes, que se hallan en el Centro Regional Manchego, de Madrid, de donde partió la idea. La primera versión de la bandera se presentó en Daimiel el 10 de septiembre de 1906, en un mitin de carácter regionalista. Al parecer, este primer intento de bandera fue creado en esta localidad ciudadrealeña por un grupo de simpatizantes. Estaba dividida en cuatro partes, cada una de un color y con el escudo de cada provincia manchega. Negro para Toledo, rojo para Cuenca, azul para Ciudad Real y blanco para Albacete. El proyecto se volvió a retomar una década después. En diciembre de 1908 un grupo de alumnas de la Escuela Normal de Albacete visitó Madrid y en el Centro Regional Manchego ellas mismas propusieron bordar la bandera.
La versión albaceteña de la bandera de La Mancha se presentó en junio de 1919 en el Teatro Cervantes de la capital provincial. Mantenía la división en cuatro partes y los colores, pero en vez de los escudos de las provincias, en el centro bordaron el escudo de Alfonso XIII, con el Toisón de Oro. Aunque tuvo más éxito que la versión de Daimiel, tampoco llegó a fructificar del todo. Eso sí, su división en colores sigue presente en algunos modelos no oficiales y minoritarios que incluso han añadido la estrella de cinco puntas propia de las banderas independentistas de Cataluña o Galicia.
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