En tiempos de guerra es habitual que los soldados que participan en los conflictos se queden con 'souvenirs' únicos y, normalmente, robados. Según el filósofo Glenn Gray, combatientes arriesgan sus vidas para adquirir estos mementos particulares porque, aparte de su valor material que puedan tener, los objetos tienen enorme valor simbólico: no sólo sirven como testimonio del acontecimiento vivido, si no que el propio acto de conseguirlo implica una confianza interior que uno va a llegar a sobrevivir el conflicto y mostrar ese trofeo personal.
A lo largo de la II Guerra Mundial muchos de los combatientes se entretenían compitiendo para conseguir más y mejores souvenirs que sus compañeros. Innumerables son los veteranos que volvieron a casa con pistolas luger adquiridas de los cadáveres de enemigos batidos y parafernalia nazista robada de las distintas ciudades que liberaban de la ocupación hitleriana.
El 25 de agosto de 1944 -el día que entraron las tropas estadounidenses en París-, un joven soldado norteamericano se hizo con un souvenir particularmente llamativo. En medio de las celebraciones en la capital, el militar escaló el Arc de Triunfo y se robó la enorme bandera francesa que se había colgado para marcar el fin de la ocupación. El veterano mantuvo la bandera -de unos 11 metros de largo- con él durante lo que le quedó del conflicto, y cuando terminó la guerra se la llevó a casa en Nueva York.
Sin embargo, ya devuelta en Estados Unidos, el veterano empezó a ver su trofeo personal como un símbolo no de valor, si no de vergüenza. Había robado la bandera de la liberación de un pueblo que había pasado cuatro años ocupado por los nazis. Desconcertado, ocultó el objeto.
Hasta este año. Seis décadas y media después de ser robada, la bandera vuelve a casa. El sábado autoridades del Ayuntamiento de París tomaron posesión del gran tricolor en el pueblo de Chandolas, en el sur de Francia -primera parada en su retorno triunfal a la capital-. Aunque el veterano ha insistido en mantenerse en el anonimato, por la vergüenza que sigue sintiendo por el robo, las autoridades parisinas dicen estar encantadas con su gesto, e insisten que sólo sienten un enorme agradecimiento hacia su persona.
"Este hombre arriesgo su vida por liberar a nuestro país. Sentimos hacia él todo el afecto de un pueblo profundamente agradecido", dijo una fuente del Ayuntamiento.
La historiadora Christine Levisse-Touze ha sido encargada para verificar la autenticidad de la bandera; tras una examinación inicial, la francesa dice que el tricolor parece corresponder con la bandera desaparecida, y su preservación cuidadosa ha hecho que esté en una condición excelente.
Levisse-Touze insiste que el acto en 1944 no se debe considerar como un robo. "Era muy normal quedarse con objetos para recordar las andanzas durante la Guerra; honestamente, si un soldado americano se quiere llevar un souvenir de Francia, no creo que hay nada mal en hacerlo. Lo que hizo, dado el contexto, es algo por el que no se le puede criticar".
La bandera fue colgada originalmente por bomberos parisinos ligados a la Resistencia el 25 de agosto de 1944 para celebrar la entrada en la ciudad de las tropas de la Segunda División Armada del general francés Philippe Leclerc. La bandera desapareció el mismo día, y no hubo constancia de ella hasta el año pasado cuando el chef francés Armand Lourdin coincidió con un grupo de veteranos americanos en un club privado del pueblo de Chappaqua, Nueva York.
Uno de ellos le confesó, en privado, que había sido quien se había robado la bandera, y pidió que Lourdin la devolviera a Francia. El sábado el chef la entregó en su pueblo natal de Chandolas. En los próximos días se espera el retorno definitivo del tricolor a la capital francesa.
El Mundo
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