11.08.2008 -
ANTONIO PÉREZ DE OVIEDO DOCTOR EN TEOLOGÍA Y LICENCIADO EN FILOSOFÍA
C ELORIO (Llanes) tiene la 'hoguera' más alta de todos los pueblos a la redonda. En otros lugares a la 'hoguera' la llaman 'mayo'. Por aquí son mástiles de eucalipto, a los que se les añade un fuste menor y más delgado, a modo de mastelero en el que gallardean la bandera española y la asturiana. Cuando sopla el viento vuelan a la par; cuando se encalma, duermen, la española arropando a la del Principado. Una está sobre la otra, como corresponde a la mayor densidad de de lo que representan; pero sin sojuzgarla; más bien parece que se apoya en ella como una torre gravita sobre sus cimientos, sin avasallarlos, y los cimientos se honran del vértigo que sostienen allá arriba, y del que son parte, añadiéndose en Asturias que en el imaginario histórico que habitamos el cimiento es también origen: todo empezó aquí. En otras partes del 'Estado', el fenómeno se lee de otra manera.
Historia y patria se nos dan rodeándonos. Nunca están enteras delante de nosotros. Hay en ellas cosas que las constituyen según el modo de lo que, estando presente, no se deja ver. Una patria, y en su caso, una historia, totalmente objetuadas, dejan de sernos datos como patria e historia propias; son datos para extranjeros, para los que, por forzarlas a estar enteras ante los ojos, no las ven, pues tienen naturaleza de alrededores o circundantes.
Bueno es el afán de objetividad científica, pero éste se vuelve paradójicamente engañoso cuando reduce a objeto aquello que sólo entrega su verdad precisamente cuando se le deja darse como el 'no-objeto' que es. Al ojo 'objetuado' en en una fotografía le falta lo esencial al ojo: ver.
Esto pasa con las banderas. Como objetos, son lienzos de colores; y eso es lo que se quema, pisotea o desgarra cuando se intenta ofenderlas. Al objetuarlas, el significado las abandona. Duele, no hay duda, y mucho, la intención del ofensor, pero la intención sola no ofende. El ofensor tiene que tener el poder de ofender. Chorrear la bandera con gasolina y aplicarle un mechero puede hacerlo 'un' cualquiera. La bandera reducida ya a objeto en llamas practica el humor vengativo de reducir al incendiario a quemador trapos.
Con ocasión de los últimos triunfos deportivos españoles se ha poblado buena parte de España, Austria, Suiza, Francia e Italia de banderas españolas. A algunos les han parecido desproporcionados el motivo y la abundancia. No diré que no, pero me parece que la proporción no era sólo con los éxitos en los campos de fútbol, en pistas y en carreteras, sino con el deseo de tener una ocasión para sacar del armario unas banderas plegadas por miedo a la incorrección política. El personal tenía ganas de airear su pertenencia a la patria, y lo ha hecho.
En milenios de historia no encuentro un solo caso en que el ser humano haya logrado organizarse en patrias e historias sin opresiones, desigualdades, injusticias. La evolución humana es desigual y no ha hecho todavía tanta andadura por el camino de la convivencia, como por el de la ingeniería y la química, productoras de tractores y fertilizantes; pero también de armamento. Se conoce que todavía no estamos terminados. El cristianismo tiene una buena teoría, no sobre el remedio (puesto que éste no ha ocurrido sino en una inmanifestada plenitud o ésjaton), sino sobre nuestro estado de seres inacabados; no me detendré en ella, sino en el hecho de que los esfuerzos humanos por completarse un poco más de lo que tolera el momento, han sido utopías fracasadas (sangrientas). Se ha olvidado dotarlas de capacidad para ser percibidas según el modo de habitadas, fabricándolas como objetos lógicos. Pero tratándose del hombre, la objetuidad, la lógica, no se alcanzan sino a precio de reducirlo: enseguida emerge el verdugo con su podadera. ¿No han visto que las utopías describen la vida feliz de seres podados? Estamos aún, mal que bien, en el estadio de las patrias con sus banderas.
Cierto que hay quienes se proclaman ciudadanos del mundo, ciudadanos de su clase, multinacionales, globales, pero cuando las patrias se han enfrentado neciamente, arrastradas al engaño o por el interés de unos pocos precisamente contra los muchos que van a la muerte por ellos, la gente ha cogido su bandera y la ha enarbolado como cuando Casillas (Dios le bendiga) detiene dos penaltis seguidos.
N o creo que entidades de seguro valor ideal como el mundo, la especie,o la clase, ni otras más cuestionables como la raza, la religión y la cultura, hayan alcanzado en la escala de la evolución humana el nivel suficiente para tener una bandera que, por la naturaleza imperial de esas instancias, sería tan única y sola como el pensamiento que impondría. Me limito a dar cuenta del fenómeno. Yo quisiera que fuera verdad la unidad fraternal que proclama el himno schilleriano de la alegría, elegido como himno europeo; lo quisiera himno mundial, y aún lo considero corto comparado con el grito de carne torturada, izado en el mástil de la cruz, «atrayendo a todos hacia ella». Pero no puedo traicionar el imperativo moral que me impone un tierno, triste y doloroso pesimismo.
Me siguen convocando mis banderas y miro con ardimiento las dos que ondean en el mástil de Celorio. También me convoca la Cruz, mucho más. Es un abrazo abierto al mundo, pero el problema está en que el mundo (con sus civilizaciones y culturas encontradas) no ha alcanzado aún la condición de habitadero, esto es, de humano, aún es incapaz de tener bandera como no sea bandera de conquistador: opresora, imperialista. Tiemblo cuando alguien pretende bordarle una y atarla a un palo.
El Comercio Digital
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