2.6.14
La Bandera del Templo de San Francisco (III Parte)
Por Juan Pablo Bustos Thames
El recinto que alberga provisoriamente a esta Enseña. La Bandera de San Francisco ante nuestros ojos. Su tamaño. Forma y disposición de los colores. Las leyendas grabadas sobre la Bandera. ¿Qué dicen las leyendas?. Ilustración inédita da la “Bandera de San Francisco” completa, con todas sus leyendas.
La Bandera del Templo de San Francisco es una de las más antiguas emblemas argentinas que se conservan. Originariamente se la podía apreciar, enmarcada en un cuadro, donde se la exhibía, arrugada, mostrando únicamente una porción de su franja central, con las siguientes palabras, en dos líneas horizontales: Tucumán y 1814.
Hace poco esta Bandera ha sido retirada de su lugar habitual de exhibición, para ser restaurada por las expertas: Lic. Cecilia Barrionuevo y Mgr. Olga Sulca. Los trabajos de restauración se llevarán adelante en dependencias del mismo convento franciscano, a donde ha sido trasladado el paño; el cual fue extendido sobre un gran tablón, asentado sobre caballetes, a aproximadamente metro y medio de altura, con respecto del suelo.
Hace pocos días, el guardián del Convento de San Francisco, Fray Marcos Porta Aguilar muy gentilmente permitió que, en compañía de la Lic. Barrionuevo y de mi hermano, quien además es arqueólogo e investigador, Horacio Bustos Thames, pudiéramos ingresar a la celda lindera con la calle 25 de Mayo, donde reposa esta Enseña Patria, a la espera del inicio de los trabajos de restauración.
Una vez que el religioso abriera la puerta del recinto, encendiera la luz, y nos permitiera ingresar, se desplegó, ante nuestros ojos, una celda de aproximadamente cuatro metros de largo, por cuatro metros de ancho, con un techo a considerable altura, y una ventana, con su persiana respectiva que daba a la calle, debidamente asegurada. En el medio de la habitación, y ocupando gran parte de la misma, se extendía la “mesa de trabajo” de las expertas, que tenía, aproximadamente, tres metros y medio de largo por dos metros y medio de ancho. Se trataba del gran tablero, sostenido en caballetes.
Encima de la tabla se observaba, desenrollado, un grueso paño, que cubría totalmente la Bandera que veníamos a visitar. Intrigados, mi hermano y yo nos ubicamos en posiciones estratégicas, alrededor de la mesa, para poder apreciar el momento en el cual Cecilia descubriera la tela bicentenaria.
La “Bandera de San Francisco” ante nuestros ojos
Con sumo cuidado, y auxiliada por Fray Marcos, la experta procedió, lentamente, a enrollar el grueso género que protegía y cubría a la Bandera del Templo de San Francisco, dejando, de este modo, al descubierto, la enseña albiceleste, que volvía a relucir, como hacía doscientos años, ante nuestros ojos.
Sobre la blanca tabla de madera reposaba, totalmente desplegada, la famosa “Bandera de San Francisco”; ante nuestro total asombro. Lo primero que nos llamó la atención fueron sus considerables dimensiones. En efecto, totalmente desplegada, la Bandera cubría más del noventa por ciento de la superficie de la tabla.
El segundo detalle que confirmamos al observar este Emblema, fue que la misma tenía exactamente el mismo formato que la Bandera Argentina que conocemos hoy. Es decir, que lucía tres franjas horizontales: dos celestes a los extremos y una blanca en el medio.
En tercer lugar, la coloración celeste correspondiente a las franjas de los extremos estaba en bastante buen estado, sin manchas, descoloramientos, o tonalidades diversas. El color de las alas es de un celeste suave, como el cielo diáfano, de un día primaveral. Ello confirma que las Enseñas Patrias de los primeros años tenían esa tonalidad celeste y no azul, como algunos llegaron a afirmar.
También nos revela que el color original ha sido mantenido, pese al paso del tiempo, debido a la manera en la cual se había conservado la Bandera. Es decir, arrugada, plegada dentro de un cuadro, enmarcada y con un frente de vidrio. Al no haberse exhibido las alas celestes de esta Emblema en muchísimos años, las mismas permanecieron ocultas a la vista y a factores que pudieran haberla afectado (en especial la luz); permitiendo, de ese modo, su conservación.
Otro factor que pudimos observar, confirmando los comentarios que nos había referido ya la Lic. Cecilia Barrionuevo, eran los innumerables resquebrajamientos de la tela, en ambos extremos celestes de la Bandera. Pareciera que el paño se guardaba, durante mucho tiempo, doblado o plegado. A lo largo de los pliegues, principalmente, la tela había empezado a quebrarse y pedazos de género de tamaños pequeños de los más diversos formatos irregulares se encontraban desperdigados sobre la tabla. Casi no se observaban quiebres en la franja blanca de la Bandera. Seguramente el material con el cual fue confeccionada la franja central era más resistente que el género de los extremos.
La Bandera totalmente desplegada no tiene dibujos, diseños o imágenes en su superficie. Para la época de su confección era usual que algunas llevaran las armas de la Asamblea del Año XIII (el actual Escudo Nacional) en diversos formatos. Sin embargo, ello era usual en los pendones que portaban los ejércitos revolucionarios, y no en las banderas de uso civil, como veremos que fue este paño. En efecto, recordemos la Bandera del Ejército de los Andes, que se conserva actualmente en Mendoza, o bien distintas Enseñas enarboladas por el Ejército del Norte, en el Alto Perú, según lo relatan diversas crónicas de la época. Tampoco lleva un sol, elemento que los pabellones argentinos empezaron a lucir recién a partir de 1818, varios años después del nacimiento de la “Bandera de San Francisco”.
Las leyendas grabadas sobre la Bandera
Otro factor importantísimo detectado en esta Enseña se corresponde con las leyendas que se observan pintadas sobre su superficie. Nos llamó poderosamente la atención que se hayan pintado las leyendas y no se las hubiera bordado, por ejemplo, para darle mayor durabilidad.
En efecto, todas las leyendas que surcan la superficie de la Bandera lo han sido con letras de imprenta, en un formato similar al “Times New Roman”, en mayúsculas y negrita.
El color de la pintura, añade mi hermano Horacio, es claramente dorado. Para la época, se debe haber utilizado alguna pintura, con componentes de oro en polvo, para lograr el efecto que se aprecia hasta hoy. En la época, señala, no existían las anilinas, ni los colorantes que conocemos actualmente. Entonces se tiene que haber utilizado algún compuesto con base de oro, para que las letras tengan el efecto que ha llegado hasta nosotros.
Pareciera que la pintura dorada utilizada es bastante corrosiva, ya que, en muchos puntos, sobre todo en las alas celestes, la tinta ha devorado la tela y dejado huecos, que si bien es cierto permiten determinar de qué letra se trataba, en cada caso, ha degradado, también, el género, en forma irreversible.
¿Por qué se habrá resuelto pintar las leyendas y no bordarlas, atento a la durabilidad de este tipo de “grabado” con respecto al pintado, amén de que el bordado no daña tanto, con el tiempo, al género que lo contiene, como sí lo hace una pintura corrosiva, con base de oro?. Es lo que se pregunta, en voz alta, Horacio.
A lo que le respondí que el bordado demandaba dos cosas: tiempo y recursos. Tal vez no se contaba con ambas, para la época en la cual se decidió grabar las frases. En efecto, no se borda una Bandera de estas dimensiones, de la noche a la mañana. Requiere bastante tiempo hacerlo. Recordemos que, para bordar el Escudo Nacional en la Bandera del Ejército de los Andes, hubo que reunir a un equipo de varias “Patricias Mendocinas” para poder concretar la labor, en varios meses de trabajo, en una superficie mucho menor que las frases que se observan sobre la faz de la “Bandera de San Francisco”. Tal vez no se contaba con un equipo de damas dispuestas a bordar. Como se trataba de letras, quizás no era fácil conseguir, en la época, mujeres que supieran leer y escribir y que, a su vez, bordaran prolijamente letras, en un pueblo como San Miguel de Tucumán, que en la época apenas superaba las cuatro mil almas. Recordemos que, para entonces, no había aquí máquinas de bordado y esa labor estaba exclusivamente relegada a las mujeres, un poco más de la mitad de la población de entonces.
Fue, evidentemente más sencillo, práctico, rápido y barato, tomar la enorme Bandera, ponerla sobre alguna gran mesa, tal vez similar a la que la cobija hoy, dibujar con lápiz, sobre ella, las frases que debían grabarse, y después encontrar a una sola persona idónea que pudiera pintar el paño con el compuesto, con base de oro, labor que le pudo llevar al letrista, apenas unos cuantos días. El letrista pudo haber sido un hombre o una mujer. Hasta el día de hoy han llegado a nosotros crónicas de la época, que dan cuenta que, durante el año 1813, en los territorios ocupados por el Ejército del Norte, abundaban las “Banderas de Reclutamiento”. En efecto, Banderas Argentinas, en los más diversos formatos se colgaban o fijaban en el frente de los edificios importantes de los pueblos, con leyendas pintadas encima, invitando a los jóvenes norteños o altoperuanos a enrolarse en el ejército. Por lo tanto, el procedimiento del pintado de leyendas (no bordadas) sobre las Banderas era bastante popular, práctico, rápido, barato y extendido, en la época y en la zona.
¿Qué dicen las leyendas?
Ahora bien, hasta el día de hoy, los tucumanos sólo sabíamos que la “Bandera del Templo de San Francisco”, exhibida ante nuestros ojos sólo contenía dos palabras, sobre la franja blanca central: “TUCUMAN”, en una línea superior y “1814”, en otra inferior.
Sin duda, el detalle que más nos llamó la atención fue que, sobre las franjas celestes de los extremos, ocultas, por muchísimos años, a la vista del público, había más frases, que ahora lucían, extendidas, en toda su amplitud, ante nuestros ojos, maravillados.
La primera, en un semicírculo superior, sobre la franja celeste de arriba, puede apreciarse que dice, con un tipo de letras más pequeño: “A LA ESCUELA DE SAN FRANCISCO”, aunque muchas de sus letras están corroídas y han dejado, solo huecos en el paño. Debajo del año “1814”, y ya sobre la franja inferior celeste, se aprecia una palabra: “DONO”. Esta palabra tiene la “D” ahuecada y se ha caído la coloración celeste de las demás letras, quedando sólo rastros oscuros, en sus lugares. Sobre esa misma franja inferior celeste, cierra otra frase, en semicírculo, también en el mismo formato, pero con un tipo de letras más grande: “DON BERNABE ARAOZ GOBERNADOR”. Se trata de una información crucial, importantísima e invalorable, para estudiar el pasado de nuestra “Bandera de San Francisco”, como lo veremos en las próximas columnas. Como no estamos autorizados a publicar fotografías de esta Enseña, mi hija María Silvia Bustos Thames ha elaborado un diseño que refleja exactamente la composición completa de esta Bandera, y que se acompaña como ilustración de esta columna.
(Continuará)
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