Guillermo Zatas
*Antecedentes históricos
Durante la guerra de Independencia era usual que después de concluidas las batallas, cuando los realistas vencían, se apoderaran de banderas y escudos emblemáticos del ejército insurgente abatido, así como de objetos personales de los comandantes derrotados. Para el general vencedor esto era constancia de sus victorias. Félix María Calleja logró una serie de trofeos de esta naturaleza al vencer a las fuerzas insurgentes en Puente de Calderón, al expulsar a la Junta de Zitácuaro de su primera sede en 1812, y con las victorias sobre las tropas de José María Morelos y Mariano Matamoros entre 1812 y 1814. Esos "botines de guerra", fueron trasladados a Madrid, lo cual le valió que al regreso de Fernando VII al poder real, se le concediera el título de conde de Calderón.
Fue hasta el año de 1910 cuando el rey Alfonso III, de España, en un acto de "simpatía y cariño" hacia México, ordenó que las reliquias de Morelos y otras objetos usados en la guerra de Independencia por Miguel Hidalgo y otros insurgentes, hasta entonces depositados en exhibición en el Museo de Artillería de Madrid, fuesen regresados a México con motivo de las fiestas del primer Centenario de la Independencia de México.
Las fiestas patrias de 1910, de la conmemoración del centenario de la Independencia Mexicana fueron realizadas por el régimen de Porfirio Díaz con el propósito de que, durante los 30 días de septiembre, se organizaran los más fastuosos eventos de la historia para manifestar al mundo la reafirmación de que el porfirismo -al inicio del siglo XX- había convertido a México en una nación importante, progresista y confiable.
Fiestas, bailes, inauguraciones de obras, desfiles militares y de carros alegóricos y sobre todo la exaltación de los héroes forjadores de la identidad nacional, fueron las características de los eventos realizados durante septiembre. Morelos, Hidalgo y otros insurgentes destacados durante 1810 a 1814, tuvieron espacios importantes en las celebraciones oficiales.
En la Historia Gráfica de la Revolución Mexicana (págs. 194-197), se refiere lo siguiente:
El día 17 de septiembre de 1910, el señor Camilo García Marqués de Polavieja, a nombre del Rey Alfonso XIII, entregó al señor presidente de la República, general Porfirio Díaz, el uniforme del generalísimo Morelos, perdido en la acción de las Ánimas, en febrero de 1814 y que ese mismo año, Félix María Calleja envió a España. Con todos los honores fue trasladada esta reliquia en una cureña de cañón, cubierta con la bandera nacional y colocada en una caja de madera, abierta al homenaje y respeto del pueblo. En el centro de un Sol radiante, puesto en la delantera, iba el retrato del héroe.
La mañana del mismo 17 de septiembre, salió el desfile llevando ambas reliquias de la Secretaría de Relaciones Exteriores (ubicada en la entonces calle de Patoni 6, actual avenida Juárez esquina con Colón). Una amplia valla de soldados, hasta la entrada del Palacio Nacional, marcaba la ruta que se debía seguir.
El director Salamanca pasó en manos de los oficiales de los batallones: 2º, 3º, 4º, 10º y 20º el estandarte de Hidalgo con la Virgen de Guadalupe que el padre de la patria tomó a su paso por Atotonilco el año de 1810; asimismo, les entregó el estandarte de Morelos, la bandera del batallón de San Blas (Tepic, Nayarit), la del centro del cuerpo de caballería de Valladolid y el guión de artillería (Doliente Hidalgo) clareado de balas, hecho girones.
Los oficiales con las espadas desenvainadas, dieron guardia de dos en dos a los pendones recibidos.
Sobre los mismos acontecimientos del 17 de septiembre, Nemesio García Naranjo agrega lo siguiente:
"Precedía el cortejo triunfal una descubierta de gendarmes montados que portaban traje de gala, luego, iba una compañía de la Escuela de Aspirantes; después aparecía la cureña de cañón sobre la cual iban colocados el retrato y las prendas de Morelos. Esta cureña iba tirada por los troncos de caballos que conducían cuatro artilleros, y la flanqueaban dos sargentos del Colegio Militar, dos de Infantería, dos de Caballería y dos de Artillería, que representaban las armas distintas del Ejército, haciendo guardia de honor al soldado más grande de México: Morelos. A continuación, desfilaba la Embajada Española; el general Polavieja caminaba en medio de los señores Federico Gamboa y general Ignacio Salamanca, subsecretarios de Relaciones Exteriores y de Guerra; el ministro Cologan y Cologan iba entre el instructor de embajadores y el director del Colegio Militar. Después seguían los secretarios de la Embajada, los miembros de la Delegación Militar y los jefes y oficiales nombrados para atender a los huéspedes hispánicos. También marchaban allí, en representación del presidente, el jefe de su Estado Mayor teniente coronel Samuel García Cuéllar y el teniente coronel Porfirio Díaz. La mezcla de casacas diplomáticas y de uniformes militares daba a esta sección del desfile un aspecto, si bien pintoresco, sobremanera imponente y suntuoso.
"Después venían las banderas, las sagradas banderas de la Independencia:
"El primer pendón que apareció fue el don Miguel Hidalgo y Costilla que es una imagen de la Virgen de Guadalupe, la patrona de la patria, la capitana que guiaba a los insurgentes a enfrentarse a los realistas, quienes hacían hondear el estandarte de la virgen de los Remedios, dando nombre a aquello que se identificó como la 'Guerra de las Vírgenes'. Posteriormente, desfilaron cubiertos por el polvo de un siglo, el estandarte de Morelos, la bandera del Batallón de San Blas, el gonfalón del cuerpo de caballería de Valladolid (actual Morelia) y el girón desgarrado que se conoce con el nombre de 'Doliente de Hidalgo'".
La crónica de la "Historia Gráfica de la Revolución Mexicana" menciona que la colonia española y la junta central española del centenario, a cuya iniciativa se debe en parte que hayan sido traídas las reliquias a México, estaban representadas por los señores José Sánchez Ramos, don Francisco Martínez Arauna, don Adolfo Prieto y don José Visozo. La Universidad de Oviedo fue representada por don Telésforo García y don Manuel García Álvarez.
El Mexicano