Por Juan Pablo Bustos Thames
La Bandera del Templo de San Francisco es posiblemente la Enseña Patria más antigua que se conserva, y seguramente fue enarbolada en presencia de nuestros máximos próceres, los generales Manuel Belgrano y José de San Martín. Desde que se tenga memoria, estuvo siempre en poder de la congregación franciscana de Tucumán y se exhibía parcialmente, enmarcada en un cuadro, que colgaba sobre la pared lindera con la sacristía, a la derecha del Altar Mayor del Templo.
Desde hace un tiempo, se la quitó de su lugar habitual, a fin de realizarle trabajos de restauración. Anoticiado de que quien se encontraba al frente de los mismos era la Lic. Cecilia Barrionuevo, comencé, entonces, mi misión de búsqueda de esta importante emblema.
Un amigo, con quien compartimos ese interés en la historia y el origen de esta Bandera, Miguel Alejandro Gómez, me refirió que la licenciada Cecilia trabajaba como restauradora en el Museo de la Casa Histórica de la Independencia. Con ese dato y merced a la gentileza de la persona responsable de Extensión Cultural de ese museo, Dilma Toconás, pude contactarme con Cecilia; quien me recibió con total consideración, ante mi interés de saber sobre el paradero de la “Bandera de San Francisco”.
Allí fue que me confirmó que estaba a cargo de los trabajos de restauración del paño, que se encontraba bastante deteriorado, después de más de doscientos años, con la colaboración de la Mgr. Olga Sulca, especialista en conservación de textiles y miembro del Comité Nacional de Conservación de Textiles (Santiago de Chile), así como docente de la Cátedra de Prehistoria, de la Facultad de Filosofía y Letras, de la Universidad Nacional de Tucumán. Primero hubo que extraer la Bandera del marco que la contenía, manipulándola cuidadosamente con guantes. Al extenderla, comprobaron que, sobre todo las porciones celestes del material, se resquebrajan fácilmente; y debieron tener sumo cuidado en desplegarla y extenderla en un tablón rectangular de considerables dimensiones, para sostener la tela.
Los desprendimientos de las porciones celestes se observaban, comentó Cecilia, sobre todo, a lo largo de los pliegues que, durante años mantuvieron a la Bandera doblada, dentro del cuadro. Las tareas de restauración demandarían un trabajo exquisito de collage y de armado de todo un complejo rompecabezas gigante.
Algunos requerimientos previos a la restauración
Desde hace más de doscientos años, esta Bandera ha sido propiedad de la congregación franciscana, como lo veremos más adelante. A tal fin, los trabajos de restauración (que aún no han comenzado) se llevarán a cabo en una de las celdas especialmente habilitadas, dentro del Convento de San Francisco, que limita con la calle 25 de Mayo, para que las expertas puedan realizar su labor profesional. Resta dotar a este recinto de las instalaciones apropiadas de aire acondicionado, para mantener la temperatura ambiente a valores estables que no resientan la tela; dispositivos de control de humedad, para evitar que este factor afecte, también, el paño; y dotar a la sala de artefactos de iluminación adecuados, además de los demás elementos y material científico y de laboratorio que, seguramente se requerirán.
Fue en ese contexto que, entusiasmado, le pregunté a la Lic. Cecilia Barrionuevo si existía la posibilidad de poder apreciar, personalmente, la Bandera, ya que sería la primera vez, en muchos años, que se la podía contemplar, totalmente desplegada. Le expliqué que era intención arrancar mis columnas de este año dedicándolas a la “Bandera de San Francisco” y que al poder observarla presencialmente, podría obtener alguna información adicional, de relevancia sobre la misma, a los fines de mi investigación.
Ante esta pregunta, Cecilia me respondió que, al ser esta emblema propiedad de la orden franciscana, debía, previamente, requerir la autorización respectiva al padre guardián del Convento de San Francisco, Fray Marcos Porta Aguilar, tucumano, también, de origen; lo cual me pareció correcto, ya que es lo que correspondía.
Ingresar al túnel del tiempo: Mi visita al claustro franciscano
Pocos días después, Cecilia me confirmó, para mi gran alegría, que Fray Marcos había aceptado que pudiera ingresar al claustro franciscano a ver la Bandera, con la sola condición de no obtener fotografías de la misma, en consideración a la labor de las restauradoras. El día fijado, en horas de la tarde, concurrí al Convento de San Francisco, acompañado por mi hermano, Horacio Bustos Thames, arqueólogo e investigador, también muy interesado por la historia, deseosos ambos de acceder a uno de los máximos tesoros históricos que tenemos en Tucumán.
La idea de pedirle a Horacio que me acompañara era contar con su apreciación rigurosa de investigador; así como su aporte para cualquier duda, pregunta o interrogante que pudiera surgir durante la visita, merced a su experiencia profesional.
Nos recibieron allí, tanto la Lic. Cecilia, como Fray Marcos; quien nos atendió, con gran consideración y sumo interés por nuestra visita. Luego de una conversación preliminar de rigor, donde le manifesté, emocionado, que era la primera vez que tenía el honor de ingresar al interior del histórico claustro franciscano, que perteneciera originariamente a la orden jesuítica, y de contemplar los arcos y las galerías que nos remitían necesariamente a varios siglos atrás, le comenté al guardián del convento que la “Bandera de San Francisco” encierra, en sí, múltiples preguntas, enigmas y dilemas de nuestros primeros años como Nación, que era mi modesta intención, intentar dilucidar.
Los distintos enigmas que genera la “Bandera de San Francisco”
En primer lugar, uno de los debates que se ciernen sobre la misma era con respecto a su origen preciso. Es decir: ¿De dónde salió?. ¿Quién la confeccionó?. ¿La mandaron a hacer los propios frailes?. ¿La mandó confeccionar el Gobierno?. En cuyo caso: ¿qué Gobierno?. ¿Cómo terminó en poder del convento?. ¿Es posible que haya sido exhibida en presencia de los generales Belgrano y San Martín?. ¿Para qué se la mandó confeccionar?.
El segundo debate que se plantea en torno a esta “Bandera de San Francisco” rueda en torno a la época de su confección. Si bien es cierto que la misma tiene grabado, sobre el paño blanco, el año de 1814, muchos han sostenido que es ése el año mismo de origen de la Bandera. ¿Es eso tan así?. Es decir, el hecho de que un material tenga un año grabado no significa necesariamente que el mismo date de ese año (aunque sea lo más probable creer). Querrá decir, a lo sumo que, para el año en el cual se mandó grabar esa fecha, el material en cuestión ya se encontraba confeccionado; aunque bien pudo haber sido elaborado antes. ¿Será éste el caso, entonces, de la “Bandera de San Francisco”?.
Otros interrogantes que se ciernen en torno a esta Enseña Patria viene dada por el material utilizado en su confección: ¿se empleó: seda, lanilla, tafetán, algodón, lino u algún otro género?. ¿De dónde es probable que se haya obtenido la tela para elaborar la Bandera?. ¿Los paños son de origen hispano, inglés, asiático, o americano?
En cuanto a la costura de los distintos paños: ¿cómo se cosieron entre sí?, ¿existen rastros visibles de la costura?. ¿Se la cosió a mano o con algún tipo de máquina o artefacto mecánico?.
En lo que respecta a las leyendas grabadas en el anverso de la Bandera: ¿fueron bordadas o pintadas?. ¿Qué color tenían originariamente?. ¿Eran las únicas leyendas las que, hasta hoy, conocíamos los tucumanos?. Es decir: una palabra en una línea superior (Tucumán) y un número, sobre una línea imaginaria inferior (1814). ¿No existirán acaso otras leyendas o frases en las porciones de la Bandera que jamás estuvieron exhibidas al público, que nos puedan arrojar alguna luz sobre los enigmas y misterios que encierra este emblema?.
En lo que respecta a las dimensiones reales de la Bandera. ¿Cuánto mide completamente extendida?. ¿Cuánto miden cada una de sus franjas horizontales?. ¿Se respetan las mismas medidas en todas sus franjas?. Lo cual se relaciona inmediatamente con los usos que se le daban a esta enseña. ¿Era una Bandera que se portaba?. Es decir: ¿que se llevaba a los desfiles, por medio de un abanderado?. ¿O bien, se tratará de una Bandera que se exhibía en los frentes de algunos edificios, o en los mástiles de algún establecimiento?. ¿Se le encontrarán, acaso, restos de las cintas que servirían para asegurarla de algún mástil?.
¿Qué estado de conservación tiene esta Bandera?. Pregunta íntimamente relacionada con estos interrogantes: ¿se utilizó en combate?. ¿Sirvió en alguna unidad militar?. ¿Ornamentó algún edificio público?. ¿Se enarboló en alguna escuela?. ¿Estuvo sometida a la intemperie durante mucho tiempo?. Recordemos que banderas con una antigüedad semejante se conservan en diferentes estados. Por ejemplo, la Bandera que Manuel Belgrano donara al Cabildo de Jujuy, en 1813, se conserva en muy buen estado, en esa Provincia, porque se trató de un pendón, que pocas veces se utilizó en exteriores, y casi siempre se lo utilizaba en el interior de los edificios. La Bandera de Ayohúma, hallada en el paraje boliviano de Titiri, se especula que data, también, de alrededor de 1813. Se encuentra hoy exhibida en el Museo Histórico Nacional, y tiene rastros de sangre, grietas y huecos que pudieron haberse producido en combate. La llamada “Bandera de Macha”, de igual fecha y origen que la anterior, y hoy se conserva en Sucre (Bolivia), tiene algunos jirones o agujeros, pero no del tamaño, magnitud o importancia que los de su “hermana” de Ayohúma; lo cual nos da la idea de que esta Bandera jamás entró en combate, y que pudo haber sido exhibida, durante poco tiempo, al frente de algún edificio público en el Alto Perú.
Finalmente, el mismo formato de esta Bandera, el cual es un tema íntimamente relacionado con los amplios debates que hasta el día de hoy tenemos sobre el formato de las primeras emblemas argentinas. ¿Desde cuándo se empezaron a utilizar emblemas patrios en el formato en que los conocemos hoy?.
Luego de comentar, someramente, algunos de estos temas con Fray Marcos, Cecilia y mi hermano Horacio, el guardián de la orden franciscana nos invitó a caminar unos cuantos pasos más. Se detuvo ante una altísima puerta centenaria, de madera; a la que abrió con una llave, que celosamente volvió a guardar, entre sus pertenencias. Acto seguido, encendió la luz de la celda, que se abría ante nosotros, y nos invitó a ingresar. Frente a la puerta abierta se extendía un gran tablón, sujetado por caballetes, a metro y medio (aproximadamente) de altura del suelo, ocupando gran parte de la celda. Encima del tablón, estaba nuestro tesoro anhelado.
(Continuará)