22.9.08

La oriflama del Reino de Asturias

ELÍAS CARROCERA FERNÁNDEZ Recientemente hemos concluido unos estudios sobre Santa María del Naranco y, dentro de ellos, una parte importante la ocupan los análisis pictóricos, realizados con la inestimable ayuda y apoyo de Jesús Puras y Ana Ruiz.

Como dato a tener en cuenta en el desarrollo de este pequeño ensayo, apuntaré que todos los restos pictóricos asociados a la etapa ramirense se circunscriben al ocre-amarillento (oro) y al rojo (gules), estando interior y exterior trabajados en una tonalidad ocre-amarillo, que en el Pantone puede cabalgar entre el RAL 1003 y el 1006, mientras que las cruces del programa iconográfico se pintan con un rojo óxido de hierro o siena que tiene correlación con el RAL 3016.

Estos datos, así referidos, aparentemente no tienen mayor trascendencia que la de pertenecer o relacionarse con un edificio emblemático como Santa María del Naranco.

No obstante, buscando el significado, el simbolismo de las cosas, llegamos a la conclusión de que no se trata de un capricho sino que los colores obedecen, en este caso, a un código, a un programa político-religioso. Sin andar con fruslerías, ya que el espacio aprieta, son los colores, transmudados, del «vexillum» de la Iglesia; códigos de antiguos poderes imperiales asimilados por la organización eclesiástica que, con el paso del tiempo, servirán de base, fundamentalmente a partir del segundo milenio, a pendones y heráldicas de distintos estados europeos. Incluso, sin deslizarse en el tiempo, son los colores de la oriflama (de seda encarnada y oro) carolingia y de los antiguos reyes de Francia hasta 1412 que, depositada en la abadía de Saint-Denis, se usaba como pendón guerrero. En «La chanson de Roland» el color dorado es manejado como símbolo de la fe y del amor de Dios, mientras que el rojo es el fuego (de Dios) que desciende sobre los hombres.

Por otra parte, dentro del repertorio iconográfico de Santa María, la cruz ocupa, interior y exteriormente, un lugar predominante. Aquí, en este edificio, teóricamente civil, la cruz tiene un doble simbolismo: insignia de la realeza y al mismo tiempo de un oficio apostólico; amén de representar un ideograma, tal como ocurre en distintos repertorios numismáticos bizantinos, es un atributo real. Ramiro lucha por y en nombre de la cruz, dado que el poder, según la concepción política isidoriana, es una misión, un deber, no un privilegio personal.

¿Qué significa la asunción de la cruz y de los colores de la Iglesia por parte de Ramiro? La respuesta se me escapa y sería propia de mis compañeros, los buenos y expertos medievalistas que imparten sus conocimientos en la Universidad de Oviedo. No obstante, apoyándome en distintos repertorios arqueológicos, todo apunta a conexiones o relaciones importantes con el papado, tal vez en un intento de legitimar alguna circunstancia política por medio de la aceptación de la «auctoritas» papal. Lo que es evidente es que Ramiro asume el papel de «lugarteniente de la divinidad única» y desempeña un papel importante en la lucha contra «el infiel», «el diablo» o «el Islam». Resulta un dato objetivo, y no es una casualidad, que Ramiro diseña un complejo palaciego presidido por la advocación a San Miguel. Este capitán de las huestes celestiales que derrotó a Lucifer, por lo que adquirió cierta notoriedad, se convertirá en el ariete para destruir al Islam, que para los astures representaba al demonio y a las fuerzas maléficas.

Leyenda o realidad, poco importa ya que los resultados fueron los esperados, Ramiro, como un nuevo Constantino, derrota a Abderramán II en su pons Milvius particular, en el denominado campo de la Matanza, en las cercanías de Clavijo, La Rioja.

Cuando un proyecto funciona no hay que modificarlo, así puente Milvio, Clavijo e incluso las Navas de Tolosa responden a presupuestos parecidos y son batallas ganadas gracias a la intercesión divina y por los lugartenientes de Dios.

Hasta ahora, algunos vexilólogos vienen admitiendo que la primera bandera conocida en España hace referencia a la enseña que Ramiro llevó en la batalla de Clavijo. Según Calvo y Grávalos es la bandera más antigua de la que podemos dar constancia y está concretada en el tumbo A de la Catedral de Santiago. Es una enseña farpada en forma de corneta, con el campo blanco, borde rojo y una cruz central en rojo que divide al pabellón en cuatro campos desiguales. Sin temor a equivocarnos, la representación de la batalla de Clavijo en el tumbo de Santiago es una exaltación tardía y utiliza los colores e identificaciones propios de la época; Ramiro, como los reyes francos, creemos que utilizó el amarillo (oro) y rojo (gules) en su pabellones, luchando en una guerra santa bajo la iluminación divina.

Como aportación indirecta, ya que el pendón que citaremos, con independencia de su pretendida antigüedad, es posterior a los acontecimientos del 844, está la enseña del antiguo linaje de los Osorio, señores de Turienzo.

Cuenta la leyenda y las «fuentes» que Luis Osorio u Osórez, alférez de Ramiro en la batalla de Clavijo y partícipe de la promoción de Santiago Apóstol, recibió del rey su nuevo escudo con la siguiente apostilla: «Has luchado en la batalla como lobo».

El escudo de armas de los Osorio son dos lobos rojos sobre campo de oro. Creemos que se trata de algo más que una mera coincidencia, se mantienen los colores eclesiástico-reales y, después de la cruz, la simbología de los lobos resulta determinante y aclaratoria en la batalla: el portador de esta enseña sufre las calamidades de la guerra con espíritu generoso, aún en medio de las mayores privaciones. Además, llegado el clímax de la lucha a campo abierto, pelea ferozmente en defensa de su jefe, sin dar cuartel al enemigo.

En función de lo expresado , me atrevo a proponer que el confalón o gonfalón histórico del Reino de Asturias, en época de Ramiro I, fue una cruz roja de brazos iguales sobre campo de oro.

Elías Carrocera Fernández es profesor de Arqueología de la Universidad de Oviedo

La Nueva España

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