19.5.12

Enrolladas, descoloridas y escondidas

Antonio Manzano

No dejó de sorprenderme que un amigo extranjero me contara que en España, en concreto en Madrid, se viera un número significativo de banderas nacionales. Nunca lo había apreciado yo así, ahora deduzco que inconscientemente condicionado, porque de vez en cuando alguien desbarra pretendiendo insultarla, cuestionar su presencia o varias simplezas más. Como reacción, más bandera nacional.

Tomé en serio la observación de mi amigo pues derivaba de una posición distante y objetiva y, a partir de entonces y de manera consciente, vengo pasando revista de banderas. Efectivamente, se ven banderas nacionales en la medida de que proliferan los edificios, e incluso pisos, dedicados a albergar las múltiples instituciones del estado, atomizadas en numerosas instalaciones. Esa será la causa de tanta bandera y no, como sería deseable, la expresión de ciudadanía española como sucede en otros países cercanos culturalmente. Incluso en las colonias de extranjeros asentadas en nuestras localidades levantinas, ellos izan en sus viviendas sus respectivas banderas nacionales que, por cierto, llevan a españoles cercanos a esas viviendas a izar la nuestra en sus balcones; más bien como una reacción a la defensiva.

De esas observaciones, ampliadas por las procedentes de la televisión, fui sacando una triste conclusión: es llamativamente frecuente que las banderas nacionales en España adolezcan de alguno de estos defectos: o están cuidadosamente enrolladas a su mástil -cuando, colocados en un balcón, su posición es inclinada-, o deliberadamente desordenadas -en relación a su posición jerárquica con otras, según la legislación aplicable-, o descoloridas -se ven banderas en las que el rojo ha degenerado en salmón pálido-, o rotas, o escondidas, o sucias, o ausentes. Me reservo la posibilidad de abrir una galería fotográfica de ejemplos de todo ello.Sirva de ejemplo la bandera de la plaza de Colón, del madrileño ayuntamiento de Majadahonda, uno de los más saneados de España, dado el elevado nivel de renta de sus habitantes.

Todo ello transmite, como mínimo, baja autoestima de los españoles por serlo -apreciable también en otras cuestiones- y descuido de los responsables públicos, notable en algunos casos, pues no acometen el pequeño gasto de dotar de banderas nuevas sus mástiles. En el extremo, y más grave, podría denotar su falta de creencia en la importancia del símbolo, inadmisible entre los servidores del estado, o el intento de su degradación. También es significativa la falta de quejas ante el descuido en la conservación de nuestro símbolo.

Como lo normal es conservar amorosamente las fotos de la propia familia -aunque incluyan algún primo revoltoso-, lo normal sería izar sin complejos ni dudas la bandera nacional, la 'foto familiar' de los españoles de ayer, de hoy y de mañana.

Y, por otra parte, esta normalidad debería convertirse en exigencia para los responsables públicos de que, en sus respectivos ámbitos de responsabilidad, renovaran las banderas de España con la frecuencia necesaria para que lucieran en todo momento en perfecto estado y con sus brillantes colores en plenitud, la original combinación del rojo y el amarillo, exclusivamente española, pues es única en todo el mundo.

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