5.8.12

El sur de Estados Unidos se aferra a sus señas

MARC BASSETS | RICHMOND (VIRGINIA)
Corresponsal

La bandera confederada es, para muchos norteamericanos, un emblema racista, una herencia del esclavismo y la segregación que se asocia a los estados del sur, derrotados en la guerra civil.

Pero el sur -un territorio imprevisible, todavía un enigma para una parte del país, para los yanquis del norte- ofrece a veces al visitante desprevenido giros inesperados. Por ejemplo: toparse con negros -descendientes de los esclavos y después víctimas del apartheid que existió en esta parte de Estados Unidos hasta un siglo después del final de la guerras- que enarbolan la bandera de la Confederación, la cruz de San Andrés azul con estrellas blancas y sobre un fondo rojo.

Un sábado de julio en Richmond -capital de la Confederación durante la guerra, entre el 1861 y el 1865- una decena de personas se han congregado frente al Museo de Bellas Artes de Virginia y la Capilla Confederada. Esta iglesia diminuta se ubica en terrenos propiedad del museo, que en el 2010 prohibió que la bandera confederada ondease en la capilla: no parecía la mejor carta de presentación para una institución con vocación cosmopolita.

Los congregados protestaban contra lo que consideran una "profanación". Entre los manifestantes se encontraba John Henry Taylor, un policía retirado. "Desde 1865 somos un país ocupado. Igual que Francia durante la Segunda Guerra Mundial", dijo. Cuando intentó plantar una bandera en los arbustos que separan la iglesia de la calle, una pareja de policías le instó a retirarla. Trifulcas como esta -por una bandera, por un símbolo- no son excepcionales en los viejos estados de la Confederación.

Tras el intento infructuoso de plantar la bandera, llegó al lugar de la protesta una mujer vestida con los colores sureños y con la enseña confederada en la mano. "Ya que no quieren verla, les daremos un montón", dijo. La mujer, que se llama Karen Cooper, es afroamericana, y no ve contradicción entre este hecho y su apego a lo que -guste o no a los defensores de la bandera- es un símbolo de la opresión. Para ella, "representa la libertad". ¿Cómo?

"Quizá los yanquis no lo reconozcan. Pero esta es una bandera americana. Los sureños somos americanos. Somos verdaderos americanos. Somos verdaderos patriotas. Creemos en nuestra Constitución. Y el país se fundó con esclavos. Y si no estoy enfadada con los padres fundadores, no puedo enfadarme con mis hermanos sureños -argumentó Cooper-. Si no culpo a los africanos que nos vendieron, no puedo culpar a los sureños".

El sur del 2011 tiene poco que ver con el de hace 50 años, cuando se conmemoraba el centenario de la guerra civil. El sur es más diverso: por la inmigración interna (negros del norte regresan a la tierra de sus abuelos) y externa (la pujanza hispana es visible en estados como Georgia o Virginia). Los problemas de su economía, postrada durante décadas, son similares a los del resto del país. En el 2008 un candidato negro como Barack Obama desafió los prejuicios y ganó en Virginia y Carolina del Norte. Los acentos se diluyen. Para una mayoría, la bandera significa poco.

Y, sin embargo, muchos sureños se aferran a sus señas de identidad. O quizá ocurra que, cuanto menores son las diferencias, más necesidad hay de resaltarlas. Sería lo que el escritor y político canadiense Michael Ignatieff llama, retomando una expresión Freud, el "narcisismo de las pequeñas diferencias". La bandera, los héroes, una manera de explicar y explicarse la guerra distinta al resto del país: el sur ha cambiado, pero, para citar la célebre sentencia del más ilustre de los novelistas sureños, William Faulkner, "el pasado no ha muerto; de hecho ni siquiera ha pasado".

¿Cómo explicar, si no, la abundancia de las banderas confederadas una vez se cruza el río Potomac, desde Washington, para adentrarse en la Confederación? ¿Cómo explicar la afición, más intensa aquí que entre los yanquis, a recrear batallas de la guerra civil? ¿Cómo explicar que Nikki Haley, la gobernadora de Carolina del Sur, originaria de la India y en apariencia ajena a la herencia identitaria de la región, haya defendido que la bandera confederada se mantenga frente al Capitolio de Columbia, la capital del estado? ¿Puro folklore?

No son sólo las banderas. El sur tiene sus mitos. Muchos sureños cultivan un relato de la guerra civil que poco coincide con la historiografía seria. De la misma manera que los orígenes de la guerra civil española, 73 años después de terminar, sigue siendo objeto de disputa política, al hablar de la guerra civil de EE.UU. se insiste que no hubo ni buenos ni malos, que todos los bandos cometieron atrocidades, o que el motivo principal de la guerra no fue la esclavitud en el sur sino motivos de otro orden (la hegemonía económica o las competencias de los estados). La historia canónica -el norte tenía la razón moral- se discute en el sur.

En el cementerio de Hollywood, en Richmond, reposan los restos de generales sureños y de Jefferson Davis, el presidente de la Confederación durante la guerra, el homólogo y rival del presidente legal, Abraham Lincoln. El mismo día que, frente al Museo de Bellas Artes de Virginia, se organizaba la protesta contra la profanación de la bandera, Eric Richardson, un historiador de Carolina del Norte, desafiaba el sol y el bochorno para colocar banderitas en las tumbas de soldados de este estado caídos durante la guerra.

"A quien me diga que el racismo es un problema sureño yo le digo: 'Sí, si ponemos la frontera en Canadá. No es un problema sureño. Es un problema americano", dijo. "Ahora hemos reducido la guerra civil americana al debate sobre una cosa: la esclavitud. Desafortunadamente no puedes convencerme de que un hombre pobre que no tiene esclavos está dispuesto a morir para defender que alguien los tenga". Un argumento habitual es que la mayoría de combatientes de la Confederación no eran propietarios de esclavos y, por tanto, no luchaban por la esclavitud.

Las heridas, sostiene, "siguen abiertas" y tardarán "otros 150 años" en cerrarse.

-Es mucho tiempo, ¿no?

-En el sur, no. Es como si fuera ayer -respondió-. Recuerdo cuando yo era pequeño. La familia iba a visitar cementerios. Una abuela o una tía-abuela te decía: "Aquí está enterrado el tío George, el tío-abuelo Fred aquí, y aquí la tatarabuela, pero su marido no, porque está en Gettysburg".

El campo de batalla de Gettysburg está en Pensilvania.

"Así que -prosiguió- en el sur, desde que naces hasta que creces, esto es lo que te enseñan. Cuando vas a la escuela, intentan deshacer lo que tu madre, tu abuela, tu tía-abuela te enseñaron. Y no funciona. ¿Me estás diciendo que lo que mi madre me contó es incorrecto?".

La Vanguardia

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