30.12.09

Los colores del país del ‘banderazo’

Abel Gilbert

A 50 años de la Revolución china, reza un mural en la calle Brandsen de esta ciudad. El tono ditirámbico de la leyenda ha sido corregido por otro autor anónimo. ¿Qué queda?, interrogó la mano escéptica. Las paredes de Montevideo respiran política. Hablan a través de sus consignas y sus colores.
Pero no solo los muros. La capital uruguaya se satura de símbolos: hay banderas por todas partes, una proliferación de estandartes que no deja resquicio sin ocupar. Banderas en las esquinas y balcones, flameando en las azoteas, cubriendo los automóviles, atadas a las antenas y a los cuellos de las personas, como capas de Superman, revistiendo mascotas. El lenguaje de la bandera es una declaración de pertenencia que, seguramente, viene del fútbol. Alguien es lo que sus insignias comunican.
Durante las campañas electorales o en la instancia final de un torneo este ejercicio sentimental involucra a buena parte de la sociedad. Hay apartamentos con diferentes banderas colgadas. Oficialistas y opositoras. Desde la calle se divisan las diferencias. En un extremo, la enseña del Frente Amplio (FA); más arriba, o abajo, las de los partidos Blanco y Colorado. Se estampa así sobre el frente del edificio una suerte de bricolaje ideológico. A veces la polémica se instala en una misma familia.
Pero, al parecer, nadie se molesta con la identidad del otro. Las banderas dan cuenta de un insólito ejercicio de tolerancia. En otras ciudades del continente correría la sangre.
Hay, claro, edificios sin señales. Esa desnudez responde a un desacuerdo entre los copropietarios. Nadie quiere soportar las preferencias electorales o deportivas del vecino. Ni siquiera se acepta la enseña creada por José Gervasio Artigas, el prócer nacional, y que incluye la frase Libertad o muerte.
También hay casos de risueña hegemonía. En el barrio Aguada, cerca del Congreso, un edificio completo fue decorado con los colores del FA. «Una ventana, una bandera», proclamaron sus inquilinos. Es tan potente el uso del «trapo», como le dicen a veces, que la fidelidad a una causa suele medirse por las dimensiones del emblema. En la reciente campaña electoral, el FA promovió los banderazos: masivas movilizaciones en las que cada manifestante agita su propio blasón. En el último acto previo a los comicios presidenciales que dieron ganador a su candidato, José Mujica, se presentó una bandera roja, azul y blanca de casi dos kilómetros. La habían realizado dos costureras sobre la base de donaciones de los frenteamplistas.
Peñarol y Nacional, los dos clubs de fútbol más importantes de Uruguay, son también conocidos por sus banderazos. Los convocan para celebrar una victoria, para protestar por el mal desempeño del equipo o para tareas filantrópicas.
El uso y abuso de la bandera define claramente a los uruguayos. Pero el pequeño país «que en el mapa no se ve», como dice una canción de los años 70 del grupo Los que Iban Cantando, no puede escaparse a las lógicas de la globalización. Ya circulan banderas de diversa calidad. Las de buena costura y aquellas que se desarman apenas el viento las sacude. Esas, dicen, son made in China.

El Periódico

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