Jordi Sellarés 09/04/2007 - 09:43 horas
En la versión iraquí de "Operación Triunfo", la ganadora se envolvió al ganar en una bandera. La que identifica su Estado, que en los cincuenta tenía otra y poco después de ser ocupado, en el 2004, tuvo fugazmente una tercera. También ha cambiado la que identifica al vecino, Irán, izada al apresar la lancha británica por encima de la naval del Reino Unido.
Las banderas no son meros trapos de colores. Tienen significados claros que no se pueden expresar en las 700 palabras ni en mil. Son una patria o una soberanía. En el caso de la isla de Palmas o Miangas, en 1928, un arbitraje internacional declaró la soberanía neerlandesa sobre esta isla porque su bandera ondeaba a la llegada de los estadounidenses, tras la guerra hispano-norteamericana.
La penúltima película de Clint Eastwood explica cómo izaron una segunda bandera de Estados Unidos para demostrar la victoria en Iwo Jima, ya en territorio japonés. Escena que, por cierto, también aparece en la película protagonizada por el ex-vicepresidente de Estados Unidos, Al Gore.
Izar o arriar banderas son gestos simbólicos que se entienden sin haber estudiado nada. Gestos cuya justificación exige muchísima tinta o aún más saliva. Puigcercòs arrió la bandera española nada más llegar a la Conselleria de Governació, luego desaparecieron todas las banderas, y al día siguiente ondeaban las que exige la ley vigente. Habituales son las guerras de banderas de cada verano, en el País Vasco y en Cataluña, como en Berga. Donde no hay la española porque está en la tintorería. Nada nuevo. Ya pasaba en 1911, pues en "La Ben Plantada" de Eugeni d'Ors consta como discusión de cada verano "la qüestió de les banderes catalana i espanyola i de quina d"elles s"havia hissat més ostensiblement a l"envelat".
También en Puerto Rico tienen su guerra de banderas. Me contaron dos anécdotas sobre su propia lucha de banderas. Por un lado, el asalto a la Procuradoría de la Mujer, en la calle Tetuán del Viejo San Juan. Para clavar la bandera de Estados Unidos, que acabó con acciones penales contra los estadistas que lo hicieron. Hoy allí hay sólo estandartes violetas. Por otro, la polémica que se generó en el Departamento de Estado de Puerto Rico al recibir una queja de una isleña que había visitado el Pilar, en Zaragoza, y había encontrado su bandera vieja y poco cuidada. La queja fue telefónica y la que recibió la llamada era anexionista, por lo que archivó la cuestión. Trascendió, y acabó en cuestión de Estado (nunca mejor dicho) con una nueva bandera enviada a sustituir la antigua.
Allí las banderas ondean en todos los edificios públicos. El matiz es importante. Aunque los independentistas tienen también la bandera de Lares como símbolo, cuanto más independentista, más claro es el azul –próximo al de la cubana, de la que es un derivado-, cuanto más deseoso de ser un estado de la Unión, el azul no se distingue de la bandera de las barras y las estrellas.
Las banderas inflaman los corazones. Logran lo que la razón no puede. De ahí que en el servicio militar se jure como si se tuviera enfrente todo el país, ya que se hace "besando con unción su bandera". También por eso nos obligan a llevarla en las matrículas de los coches, a ver si nos acabamos convirtiendo a la fe europeísta. Una bandera extraña pero inevitable. Como las que se cuelgan como decoración en fiestas mayores o en "campings".
El uso de banderas es una materia sensible. Regulada. Muchas no se pueden quemar. Hay convenios internacionales que garantizan el derecho a colgarlas de embajadas y consulados. Meses atrás colgaba de la plaza Francesc Macià la de Camboya. Ya no. Allí no había ningún consulado. En mi casa guardo la de Maldivas desde que terminaron las Olimpiadas y soñaba con ser su cónsul. Ahora sólo me serviría como colcha. ¿Sería legal? Si la colgara de mi balcón el 11 de septiembre ¿Quién la reconocería? ¿Mis abuelos y mis nietos tendrán la misma?
La Vanguardia
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