Las ventas de la enseña nacional se multiplican por cinco en sólo tres meses - «Se ha roto un tabú», afirman en el Foro Ermua - Los historiadores discrepan sobre si exhibir este símbolo en las manifestaciones es utilizarlo de forma partidista
Ernesto Villar
Madrid- Lo que no ha conseguido, ni conseguirá, la selección de fútbol, lo ha logrado la bronca política. De la noche a la mañana, miles de banderas españolas, que hasta entonces acumulaban polvo en el fondo de los armarios y los sótanos de los talleres de chinos, han irrumpido en el paisaje urbano, conscientes quizás de que estaban condenadas a sucumbir a las polillas antes que ver a uno de los nuestros levantar una Copa del Mundo de fútbol. ¿De dónde ha salido tal despliegue de símbolos? De armarios, trasteros y cajones, sí, pero también de muchas empresas que, desde hace unos meses, trabajan a destajo. De ello pueden dar fe los trabajadores de Sosa Días, la única industria española dedicada en exclusiva a la fabricación de banderas, entre ellas la gigantesca enseña que ondea en la plaza de Colón de Madrid. Entre el 1 de enero y el 15 de marzo de este año han vendido 37.100 banderas nacionales, frente a las 7.300 del mismo periodo de 2006. Es decir, cinco veces más. Casi nada.
Este inesperado vendaval ha llegado a golpe de manifestación, un recurso que unos censuran con vehemencia y otros defienden con uñas y dientes , convencidos de que, esta vez sí, el fin justifica los medios. Los responsables del Foro Ermua, artífices voluntarios o involuntarios de esta repentina devoción por la rojigualda, están convencidos de que «se ha roto un tabú». «Es como si la gente lo estuviese deseando, y esperara sólo la primera excusa para sacar su bandera», afirman. ¿Y por qué no lo habían hecho hasta ahora? Entre los historiadores hay disparidad de criterios. Dos ejemplos: Luis Suárez atribuye a la alargada sombra de la República los complejos que aún arrastra una parte de la sociedad; Enrique Moradiellos, por el contrario, ve detrás la mano negra de la herencia franquista.
«Setenta años después, la izquierda española sigue sin desprenderse de la herencia republicana. Y en esto no influye la dictadura, porque Franco no se inventó una bandera nueva, sino que mantuvo la que existía desde 1785, y el escudo que implantó ha sido sustituido por otro», sostiene Suárez. Su exhibición, por tanto, es un mecanismo de autoafirmación, pero también de autodefensa. «Los nacionalistas y los separatistas han intentado acabar con el significado de esa bandera, y los que quieren la unidad de España se aferran a ella para defenderla.
Es una reacción lógica -explica el autor de Los Reyes Católicos-. Además, cuando la derecha organiza manifestaciones pone mucho cuidado en que no aparezcan banderas franquistas, y la izquierda tiene patente de corso para exhibir las republicanas».
Enrique Moradiellos no está de acuerdo. «Aunque cambie el escudo, por desgracia ese símbolo está contaminado por el uso que de él se hizo en el franquismo. La utilización de la bandera para manifestarse contra alguien, en este caso contra el Gobierno, es legítima, pero me parece muy arriesgada y muy peligrosa, porque fuerza a la otra parte a sentirse excluida», afirma el autor de «Franco frente a Churchill».
¿Cuándo debería, entonces, utilizarse? A su juicio, no mucho más allá de actos oficiales, acontecimientos deportivos y cualquier acto que no sirva para enfrentar a unos contra otros. «Las últimas manifestaciones me han dejado una sensación agridulce. Tenemos un pasado negro tan cercano que da miedo. Se estaba logrando una normalización que ahora se puede romper, porque esto no debe servir para la victoria de unos sobre otros».
¿Francia o Alemania?
De puertas adentro parece imposible alcanzar, entre uno y otro bando, un punto de acuerdo. ¿Y si nos miramos en otro espejo? El francés es el que está más a mano. ¿Tendrá nuestro país algún día un candidato socialista que pida a sus ciudadanos, sin complejos, como ha hecho Ségolène Royal, que pongan una bandera en su casa y canten el himno? Luis Suárez no cree que sus ojos puedan ver tamaño milagro: «Aquí hay una fractura social muy grande que no hay en Francia, y que impide que eso pueda ocurrir».
En este punto coincide, y sin que sirva de precedente, Moradiellos. «En Francia no tienen una guerra civil tan cercana. La bandera francesa era negada hasta los años 30 por los antirrepublicanos, y a partir de entonces la asume hasta la extrema derecha. La clave del éxito es que los monárquicos se dividieron en tres candidatos distintos y perdieron su fuerza. Se formó una república sin republicanos. El acierto de esa bandera es que no es de nadie».
En su opinión, es un error compararnos con nuestros vecinos del norte. Alemania, y no Francia, es el modelo. «Nadie puede imaginarse que Adolfo Suárez saliese envuelto en la bandera como una ‘‘Marianne’’, igual que Konrad Adenauer no podía presumir del himno alemán «Deutschland über alles» («Alemania por encima de todo»), que es muy bonito, pero que el régimen nazi lo elevó a tal grado de genocidio que por desgracia está contaminado». Y concluye: «Alemania ha empezado a exhibir su bandera en el Mundial de fútbol. Han pasado por ese proceso de forma natural». Algo muy similar a lo que ocurrió, por cierto, con Wagner, al que los nazis adoptaron como músico de cabecera, y al que le ha costado un tiempo desprenderse de los fantasmas del pasado.
¿La bandera española, por tanto, une o divide? «Une», sostiene sin dudarlo Ima Castillo de Cortázar, vicepresidenta del Foro Ermua. «Ha sido un auténtico boom. En la manifestación de Navarra nos las quitaban de las manos -reconoce-. Es verdad que, al principio, a la gente le daba cierto reparo. Pero ahora la bandera española ha salido de forma espontánea. Es una tontería afirmar, como dice el PSOE, que hay una instrumentalización». En una palabra: quien quiera utilizarla, que lo haga, es de todos. «Hemos puesto mucho cuidado en reflejar en nuestros actos la España constitucional, en la que haya presencia de todas las autonomías. Pero ha sido la gente la que ha formado el mar de banderas españolas».
Castillo de Cortázar admite que han seguido la táctica de muchos nacionalistas. «Hemos visto que para ganar la batalla de las ideas es muy importante ganar la batalla de los símbolos», explica.
Ajenas a este debate, las empresas se frotan las manos y se limitan a hacer caja. Las grandes y las pequeñas. «Cada vez que se convoca una manifestación aumentan los pedidos, hasta el punto de que para la última que se celebró en Madrid hubo que tirar de stock», explica el dueño de Sosa Días, José Luis Sosa. Sólo para este acto les solicitaron 20.000 enseñas nacionales, a las que se unen otras 5.000, además de 10.000 de Navarra, para la marcha de Pamplona. Pero también los pequeños comerciantes ganan su parte. Rafael Pérez Mingo, dueño de la tienda «Celada», en la calle Mayor de Madrid, reconoce que ha aumentado el ritmo de venta. «Sobre todo se nota en las vísperas de una manifestación, como ocurrió en la de Pamplona, que nos permitió vender muchas banderas navarras», explica. Más de uno se pregunta cuándo será la próxima.
La Razón Dogital
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