12.10.08

El símbolo educativo de la bandera

12.10.08 -AGUSTÍN DOMINGO MORATALLA

El otro día le pregunté a la hija de un profesor centroamericano que está de visita en España cómo le iba en el colegio. Me dijo que estaba sorprendida porque estaba en un colegio muy raro en el que por las mañanas no se empezaban las clases con el acto de la bandera. La ingenuidad con la que me hizo este comentario me dejó sorprendido porque tampoco su padre entendía qué pasaba en España con el tema de la bandera.

En aquél momento salí como pude y le dije que es un verdadero problema realizar el "acto de la bandera" en el colegio de una comunidad autónoma con lengua, tradiciones y bandera propia. Si además de colocar las banderas de la Unión Europea y España, el colegio decidiera colocar la bandera de la Comunidad Valenciana, entonces se plantearía un nuevo problema ¿cómo organizar dicho acto de la bandera?,¿en qué lengua?, ¿con qué referencias históricas se construiría? Eso sin contar con el problema añadido del tamaño de las barras, los colores o la denominación, porque aún siguen existiendo grupos que siguen utilizando los términos país, pueblo, reino o nación para referirse a la comunidad valenciana.

A medida que le comenté los argumentos para utilizar unos términos u otros y unas banderas u otras, entonces comprendió que era mejor no hacer ningún acto de la bandera. Comprendió que era más prudente seguir sin banderas, sin actos de la bandera y sin plantearse cuestiones que generan discordia. La mayoría de los padres y educadores son conscientes de que esta solución no es la mejor para la educación de sus hijos pero se consuelan porque se trata de un mal menor. Además, no está el horno de las asociaciones de madres/padres y los colegios como para salirse de lo políticamente correcto.

Esta cultura de lo políticamente correcto está calando con tal fuerza en el sistema educativo que ningún padre, madre o asociación están dispuestos a plantear cuestiones relacionadas con los valores patrióticos. No es que haya respeto, temor o ignorancia, es que hay verdadero miedo a plantear temas relacionados con las identidades políticas en el ámbito educativo. Lo que está pasando con la Educación para la ciudadanía es una pequeña muestra de que no se sabe cómo plantear con ambición la educación en valores, virtudes y símbolos compartidos.

Mientras tanto, un año tras otro, van saliendo del sistema educativo generaciones de jóvenes que nunca se han planteado el patriotismo como virtud. De repente, cuando llegan a Europa con el programa Erasmus o consiguen una Beca para estudiar en Estados Unidos, descubren que el mundo no es tan cosmopolita como se imaginaban. Se dan cuenta de que en países como Francia o Estados Unidos a nadie se le ocurre despreciar, abandonar o ignorar su propia bandera. Se dan cuenta de que son analfabetos simbólicos porque carecen de apego afectivo y emocional a la bandera de su país.

Este analfabetismo simbólico no es propiedad exclusiva de los jóvenes, es propio de una sociedad moderna y madura que no sabe cómo plantear la unidad de los símbolos y la pluralidad de identidades. En nuestro país, hemos dejado los símbolos fuera del sistema educativo, nos hemos creído que la formación científica y técnica de los jóvenes era más importante que la formación simbólica. Sin embargo, esta formación se ha producido en otros ámbitos de educación informal menos sensibles a los argumentos y más sensibles a las pasiones. El fútbol y la música se han convertido en las vías privilegiadas para llenar este vacío dejado intencionadamente por el sistema educativo.

Este desplazamiento de la formación simbólica ha dejado en manos del mercado y de grupos políticamente radicales la gestión del simbolismo patriótico. El mercado consigue crear marcas con fuerza simbólica, con capacidad de movilización y arrastre. Los medios de comunicación en general y la televisión en particular están generando un nuevo universo simbólico donde se están socializando los jóvenes sin ninguna capacidad de discernimiento o crítica. Esta vulnerabilidad en la formación simbólica es aprovechada por grupos extremistas que ofrecen identidades con gran carga de movilización a los jóvenes. El nacionalismo más radical se alimenta del analfabetismo simbólico ofreciendo identidades fuertes, claras y distintas.

Mientras tanto, padres y educadores nos quedamos perplejos. Comprobamos que nuestros hijos se movilizan por un concierto, por una marca o por un grupo musical. Y lo hacen por contagio, sin ninguna capacidad de crítica. Como padres, nos sentimos desarmados para formar simbólicamente a nuestros hijos porque tenemos miedo a ser radicales y no nos sentimos seguros en nuestra interpretación de la historia. Como educadores, nos sentimos desbordados porque no sabemos por dónde empezar.

La mejor forma de evitar fundamentalismos y radicalismos es hablar sobre lo fundamental, hacer que los problemas básicos de la identidad política adquieran la dimensión educativa que se merecen. No se trata de sacralizar la bandera y construir con ella una nueva religión civil que genere sentimientos patrióticos. Se trata, sencillamente, de tomarse en serio todas las dimensiones de la educación, sin excluir de ella los escasos recursos simbólicos que aún nos quedan.

Las Provincias

No hay comentarios: